Las heridas que están abiertas no siempre se curan con sal... este pensamiento se quedó mi mente, al escuchar a panameños que aún claman justicia por sus muertos. Los desaparecidos por dictaduras o por las huestes del narcotráfico y la guerrilla, comparten el mismo dolor.
En ocasiones distintas, he oído el latente clamor de los parientes de desaparecidos, a quienes veo como víctimas de los que, por prepotencia o temor igualmente a ser castigados, obedecieron a los instintos de la maldad, prestándose para desaparecer a adversarios de ideologías o ansias de poder.
Tocar este tema es "caminar sobre suelo pedregoso", ya que alguien cuyo rostro desconoces, fruncirá su ceño y pensará quizás "a este qué le importa" o "no es su problema".
Pienso que si a ellos les ocurrió, uno está expuesto también... En las ciudades se viven otras formas de muerte que traen como consecuencia desaparecidos, los que sucumben por la guerra entre pandillas.
Esta forma de morir, me señalaron el otro día que es producto de la indiferencia social que padecemos, pero que la otra, la de los desaparecidos, es cruel porque consume el pensamiento y hasta el alma del que espera por la verdad.
"Yo sólo puedo recordar la última vez que lo vi y luego... nada", me dijo la hermana de un desaparecido.
Es una manera infame de denigrar la existencia de quienes esperan una sola respuesta: �por qué?. Pasado el tiempo, sólo se quiere saber dónde esta el cuerpo de ese ser querido.
Los desaparecidos mueren dos veces, ante sus torturadores y por el olvido de que son objeto, en los senderos de la memoria histórica. Por eso, nunca olvido lo que me expresó el padre de uno de ellos: "sólo quiero saber qué pasó con mi hijo... para estar en paz."
