Las referencias crediticias de una persona son tan vitales en estos días, que prácticamente lo representan todo al momento de pedir un préstamo, montar un negocito, sacar una tarjeta de crédito, comprar un auto o una casa.
Algunos comienzan bien. Tienen ingresos suficientes para sacar una, dos y hasta tres tarjetas de crédito en diferentes bancos. Luego piden un prestamillo para comprarse un carro que se pasa ligeramente de lo que sus gastos quincenales le permiten, pero, �qué diablos! Era la nave con que siempre soñó. Encima de eso, tiene ya el compromiso de las letras de su casa.
El problema comienza cuando comenzamos a usar nuestras tarjetas para gastos que no son emergencias ni cosas de primera necesidad. Que si una parranda por aquí, que si invitamos a una chica a comer a un restaurante fino, que si inventamos un trip, y lo peor de todo: que si nos da por meternos al juego y las apuestas.
Ahí comienza a derrumbarse todo. De repente, tenemos que usar una tarjeta para pagar el saldo de otra, y así, una a una comienzan a coparse.
Los compromisos económicos derivados de nuestra irresponsabilidad en el manejo del crédito nos comienzan a ahogar, al punto que no podemos hacer frente a los pagos de nuestra casa, auto y la matrícula de la escuela de nuestros hijos.
Luego, cuando la soga comienza a apretarse, comienza a sonar nuestro teléfono insistentemente. Llegan los correos electrónicos y las notificaciones del banco, y comenzamos a traspasar nuestras propiedades y bienes inmuebles a familiares y amigos, para no perderlos. Nos hemos convertido en fugitivos del sistema financiero.
Las tarjetas de crédito son herramientas muy valiosas. Pero hay que utilizarlas bien, porque nos dan la impresión de que tenemos un ingreso mayor al que realmente ganamos. No caigamos en ese error.