Gratamente impresionada quedé con el desfile del 4 de Noviembre en el Corregimiento de La Peña, en Santiago de Veraguas. En un sencillo pueblo, la junta de festejos patrios organizó un programa de lujo.
No hubo sol ni agua que marchitara en cientos de estudiantes, el entusiasmo por saludar a la Patria. Muchos chiquitines, tiritando de frío, mantuvieron su mirada al frente, con mucha disciplina y entrega.
Y los maestros y profesores, ahí, con ellos, mojándose también, acompañándolos en esta memorable cita. Ese día los tambores sonaban más fuertes bajo el fuerte aguacero. Y más hermoso aún, el pueblo también a orillas de la calle, mojándose para no perderse el espectáculo.
También fui testigo de la humilde condición de algunos estudiantes que no tenían el calzado o la vestimenta de gala como tantos otros. Pero aunque sus ropas fueran sencillas, su espíritu cívico los hace grandes, y eso es lo que importa.
En esa mezcla de talento y algarabía patria, sobresalió una escuela que es un excelente ejemplo de que la calidad está en el ser humano y en su capacidad creativa.
Me refiero a una escuela primaria oficial. Una entidad bancaria que confía en la niñez y apoya la educación, apoyó financieramente la banda de música. Durante el desfile los niños opacaron a colegios secundarios como la gigante Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena. El público los rodeó, admiró, aplaudió, ovacionó.
Se trata de la Escuela La Primavera. Además del talento y entrega de los estudiantes, hay un factor clave en el éxito: el instructor, quien ese día vestía de saco y corbata. Su presentación estuvo a la altura de los grandes directores de orquesta: sereno, seguro, capaz, inspirado, solemne.
Esta es la gente que da cátedra de civismo y patriotismo, que deja en alto el nombre de Panamá y que es luz radiante en medio de tanto oscurantismo y confusión.
Y todo, sin bulla ni poses, sin fanfarroneo; simplemente: de corazón, con el alma.
