�Vaya profe, se está dando un baño de pueblo!, me dijo un poco sorprendido y a la vez contento un conocido.
Eran las diez de la mañana del sábado veinte de octubre. Nos encontrábamos en el legendario Parque de Santana, rodeados de personas de la tercera edad y gente comprando y trabajando en forma honrada.
Esperaba a estudiantes de tercer año de periodismo, para hacer un reportaje sobre Salsipuedes, lugar que algunos no conocían.
Luchaba con los recuerdos de hace más de medio siglo. Siendo un jovencito curioso, asistí a mítines políticos en la llamada "cuna de la democracia".
Recordé que a veces políticos contrarios saboteaban el mitin, y por arte de magia aparecían tinacos llenos de "piedras de río".
La gente exaltada por las charlas de los oradores y ante la presencia de policías antidisturbios, no dudaba en tomar piedras y lanzarlas contra ellos y las vidrieras de los comercios de la época.
El calor húmedo no me impedía ver a dos televisoras filmando programas en la famosa "bajada de Salsipuedes" el mercado "de pulgas" más antiguo de Panamá.
Caminar por sus aceras maltrechas, me llenó de optimismo. Vimos a gente sencilla vendiendo una enorme variedad de artículos, muchos de ellos relacionados con las fiestas patrias.
Y lo que me conmovió fue ver a dos padres con sus pequeños hijos, ir de puesto en puesto buscando sombreros montunos.
Pensé que no es totalmente cierto que ya los "padres desaparecieron de la familia panameña", como dicen algunos sociólogos.
Añada a esto varias madres que admiraban a sus niñas con los vestidos típicos que le comprarían. A una de ellas le dije como un halago: "ya está lista para la foto".
Turistas extranjeros y panameños circulaban por las estrechas aceras, buscando los mil y un productos de los buhoneros.
En las tiendas de objetos esotéricos también había parroquianos, comprando la pócima que les solucionar sus problemas. Esto me recordó el cercano Día de las Brujas.
A propósito, distinto a lo que hay en comercios elegantes, no vimos objetos de Halloween, lo que demuestra el nacionalismo de estos humildes comerciantes.
Pero no todo era maravilloso en este sitio. Ante una luz verde, un taxi con dos policías la pasó y casi me atropella. Grité y alguien que venía atrás dijo en voz alta: "todos los policías son unos corruptos", y repitió su denuncia.
Un colega profesor universitario me dijo que iba a Santana a hablar con la gente humilde, "porque eso me relaja".