A los muchachos hay que hablarles claro. De otra forma no entienden. Cuando no hablamos con claridad, les ocasionamos una enorme confusión. Este es el consejo que se da sin cesar a los padres. Principalmente tienen que conversar con ellos sobre las consecuencias de sus actos.
El dar muchas vueltas a cualquier tema que uno trate con los jóvenes, les produce aburrimiento. Hablar con palabras como "viste, te lo dije" no es buena idea. Sienten que es un reproche. Escuchan esta frase como una actitud de superioridad.
Es esencial orientarlos a diferenciar lo bueno de lo malo. Escoger las palabras con cuidado. Al corregir conductas se requiere de tolerancia, amor y precaución.
Esta sabiduría paternal se logra con la experiencia de vivencias ajenas. La peor decisión es no comunicarse co n los hijos. Evitar el diálogo con estos es debilitar la buena toma de decisiones en familia.
Un médico me dijo hace tiempo que al escudarnos en la culpa dejamos de ser responsables. El miedo a actuar ante las dificultades pone límites al valor de hacer lo correcto.
El dialogar con los chicos es necesario, o los veremos envueltos en problemas de sexo, drogas, malas compañías y violencia.
Hay que enseñarles que el mundo es más que las paredes y puertas de sus cuartos. A mirar más allá del pedazo de piso donde están parados. Los límites en su vida los imponen los errores que cometan.
Aprendamos a respetar sus decisiones al elegir una carrera profesional. Debemos ganarnos su confianza, sin perder autoridad. Pero en ocasiones tenemos que decir no.
Críticas a la labor de los padres siempre habrá. Y hoy, en una sociedad cuyos límites se han roto porque existen adultos sin respeto a la autoridad y buenas costumbres, los progenitores son importantes.
A la familia le corresponde evitar que este cáncer se extienda hacia una generación vulnerable y hambrienta de atención.
Para los padres no debe haber hijos pequeños ni grandes, únicamente personas a quien valorar.