La tormenta arreciaba, y los rayos discurrían por el cielo como si el mismo Júpiter los lanzara. Nubes gordas, plomizas y bajas descargaban millones de toneladas de agua, y el viento doblaba los árboles y los cables telefónicos.
Gotried Grabner, campesino austriaco de Carintia, quiso hablar por teléfono con un pariente. Descolgó el auricular e hizo la llamada. Sentía ruidos y zumbidos raros en el audífono, y los timbrazos del otro aparato.
De pronto, cuando del otro lado de la línea descolgaron el teléfono, Gotried sintió un estampido, un fogonazo y algo así como un mazazo en pleno cráneo. En lugar del consabido ��Hola!� de las llamadas telefónicas, al pobre campesino le había llegado un rayo. Tuvieron que internarlo en un hospital para tratarle las heridas que sufrió en la oreja derecha y otras partes del lado derecho del cuerpo.
Pocas veces ocurre que a alguien le caiga un rayo en medio de una tormenta. Y menos veces ocurre que ese rayo le llegue por el hilo telefónico. Pero eso fue lo que le pasó a Gotried Grabner ese 14 de junio de 1983.
Si bien casi nunca nos llegan rayos por el hilo telefónico, a veces nos llegan otras cosas muy desagradables: insultos procaces de personas que se escudan en la impunidad de la distancia, amenazas de muerte que dejan una impresión horrible en el estómago, y llamadas obscenas de parte de personas que, no teniendo donde volcar la corrupción de su mente, la vuelcan por conducto del teléfono.
�Por qué hay individuos que se especializan en usar la lengua y el don estupendo de la palabra sólo para causar daño? �Por qué hay personas que descuelgan el auricular sólo para insultar, herir, ofender y quitar la paz mental de los demás?
La respuesta es: por la eterna y tradicional corrupción del corazón humano. �De la abundancia del corazón habla la boca �dijo Jesucristo�. El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón saca el bien, pero el que es malo, de su maldad saca el mal� (Mateo 12:34-35).
Usar el invento maravilloso que es el teléfono sólo para comunicar maldades, chismes, calumnias y difamaciones, o para hacer circular mentiras, es más destructivo que el rayo que recibió el campesino austriaco.