Cuando hablamos de la discriminación siglos atrás, pensamos que es algo del pasado y no es hasta que uno lo vive cuando verdaderamente nos damos cuenta de que en pleno siglo XXI está vigente en algunos lugares de nuestro querido Panamá.
Hace unos días, fui tratada �junto a mi padre- de forma grosera e insolente por una doctora especialista en oftalmología, específicamente en retina y vítreo. No importa mencionar que dicha clínica esté ubicada en unas de las áreas casi semiexclusivas de la ciudad capital. Lo que vale la pena decir es la rapidez con que atendieron a mi padre.
Con esfuerzo y sacrificio nuestra familia pagó por un trato profesional en una clínica privada, pero la consulta fue tan rápida que ni diez minutos duró, a pesar de que tuvimos que esperar tres horas.
Ser pobres no es un impedimento para recibir un buen trato en lugares donde brilla el lujo, pero donde los buenos modales se fueron de vacaciones. Estamos en un país donde la discriminación social no tiene cabida. Somos una nación compuesta por un crisol de razas, y le agradezco a Dios porque es así.
Por lo tanto, sé que es muy penoso y sombrío que sucesos como estos se estén dando en nuestro hermoso istmo de Panamá y, por tal razón, decidí no quedarme callada, sino más bien hacerlo público.
Recordemos que �por el racismo-Hitler y su ejército exterminó a seis millones de judíos; y qué decir de las guerras que se han dado en �frica, Irlanda, Estados Unidos, donde miles y miles de vidas se han perdido por la tontería de pensar que yo soy mejor que tú, debido a que tengo más dinero o vivo en tal lugar.
Qué vanidad y qué falto de todo, considerar tan descabellado pensamiento. Si cuando nos llega el día de la muerte, todos, absolutamente todos, iremos al mismo lugar: el cementerio.
