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Maduro abandona a venezolanos que estudian en el exterior

25,000 venezolanos que estudian en otros países cayeron en un limbo económico por las restricciones para conseguir divisas; los efectos son devastadores.

Salvador y Manuela ni sospechan que sus padres tuvieron que pedir dinero en la calle para alimentarlos. Salvador tiene dos años y medio. Su hermana, un año menos. No, sus padres no son indigentes. Son estudiantes venezolanos que viven en España para hacer una Maestría en Criminalística. Pero se quedaron sin divisas. Salvador y Manuela, sus hijos, aún no entienden lo que pasa a su alrededor. Menos mal. No merecen ser salpicados por la indolencia de la revolución bolivariana. A finales del año pasado, los estudiantes venezolanos residentes en el exterior encontraron en sus cuentas de correo electrónico una información escalofriante. El Centro Nacional de Comercio Exterior (Cencoex, el antiguo Cadivi), ente oficial encargado de otorgar las divisas para pagar sus estudios, les notificó que sus recursos no serían aprobados. Debajo de la hojarasca verbal latía la sentencia: no tenemos más dólares para ustedes. Una multitud de estudiantes fue arrojada al limbo económico. El efecto de la medida fue devastador. Mónica, la madre de los dos chicos, dice que hasta se le acabaron las lágrimas. Miguel Ángel, el padre, da los detalles: “Ya no pudimos pagar más la universidad, el seguro médico, ni los servicios básicos... Estamos hasta el cuello de deudas. Para pagar el alquiler de febrero, tuve que vender mi laptop y mi celular. Para pagar el de marzo, vendimos la cuna de mi hija y su ropa usada. El dueño del departamento me dice que aún no me echó por los chicos”. A este itinerario de la humillación lo cuentan con miedo. “Tememos las represalias por habernos atrevido a alzar la voz. Mi familia ya fue objeto de amenazas”, remata Miguel Ángel. Son más de 25,000 estudiantes venezolanos en el mundo; 10,000 de ellos, en Estados Unidos, y 4,000, en la tierra de Cervantes. El resto está esparcido por instituciones de Europa y América latina. Se estima que el 80% está a la deriva, sin dinero para continuar sus estudios. Parecen náufragos. Sobrevivientes en proceso. Son estudiantes que salieron del país a ser mejores, a formarse académicamente, a profesionalizar su vocación. No pidieron becas ni dádivas. Iban a pagar sus estudios con sus propios recursos. Pero estamos en un país extraño. No somos libres para disponer del dinero propio a nuestro antojo y albedrío. El socialismo construyó una alcabala (antiguo impuesto) para controlar nuestras divisas. El tema exhibe ribetes de agravio superlativo cuando hablamos de educación. Según la lluvia de testimonios, la realidad alcanzó cotas de drama y crisis humanitaria. Andrea Balzan intentaba un Máster en Dirección y Planificación de Turismo. El Cencoex hizo que su maestría se convierta -vaya paradoja- en un doloroso turismo laboral: lavar platos en una cafetería, cuidar a una señora mayor, pasar horas en la calle entregando volantes bajo el frío invernal. “Con lo que te pagan, te da a duras penas para comer tres días”, precisa Balzan. Ya fue dada de baja en la universidad por incumplimiento de pago. Un sueño en escombros. Otros estudiantes han tenido más suerte en sus universidades. Les amplían el lapso de espera, hacen eventos benéficos, son compasivos. Ya saben de la situación venezolana. Tratan de no apagarles la última luz en la sala de espera. Son miles los estudiantes venezolanos que están a punto de perder su estatus migratorio y, peor aún, su carrera, su tiempo invertido, su dinero. Andan aferrados a ese hilo cada vez más delgado que algunos llaman esperanza. Una estudiante me confiesa que tuvo que vender las dos últimas prendas de oro de su madre para alimentarse. Algunos han tenido que pasar noches en el metro de Madrid, dormir en un McDonald's o recibir el año en una plaza pública. El inventario es abrumador: ser desalojado de tu casa, vivir de la caridad de amigos y desconocidos, ir a centros de acopio de ropa, vender lo que tengas en Venezuela para intentar resistir, chequear el correo cada media hora esperando la reconsideración del Cencoex, buscar trabajos ilegales, ser rechazado por estar sobrecalificado, recibir una miseria por ser extranjero, limpiar baños, lavar autos y pedir ayuda en las calles. Mendicidad en unos casos, temple en todos, dignidad en muchos, agobio y entereza en partes iguales. Más de una joven llegó a decir que lo único que le falta es prostituirse. La desesperación tiene muchos rostros. Le han escrito cartas al secretario general de la Organización de los Estados Americanos, José Miguel Insulza; al presidente Nicolás Maduro; al director del Cencoex; al defensor del Pueblo, Tarek William Saab. Este último habla de solicitudes fraudulentas (aquí alude al ya antiguo caso de los cursos de idiomas en colegios de Irlanda; caso ya cerrado, por cierto). Jura que mediará, que instalará comisiones de enlace. Juega con las cifras. Dice que son sólo 18,000 estudiantes. Que el 83% de ellos lo que hace es estudiar idiomas. (¿Los 4,000 estudiantes venezolanos que residen en España estarán tratando de aprender el idioma?) Que 60% no vuelve al país. En fin, habla como un fiscal que investiga a una red de delincuentes. Su tono es tan enfático que se vuelve sesgado, tendencioso. Una vez más, Tarek William Saab demuestra su vehemencia para defender al gobierno, no precisamente al pueblo. Porque los estudiantes también son pueblo, ¿o no? Mientras tanto, la crisis está allí. Los estudiantes venezolanos se organizaron, protestaron por las redes sociales, procuraron todas las formas posibles para exponer el abandono en el que están. Se sienten varados. Anclados. Olvidados. Estudiantes que, sin querer, arruinaron a sus padres por tratar de cubrir sus gastos con el excesivo precio del dólar negro. Estudiantes que no tienen cómo pagar el pasaje de regreso. ¿Se merecen tanta humillación unos ciudadanos que sólo aspiran a cultivarse académicamente? Vale insistir: el dinero que esperan no es del gobierno. Son sus ahorros, sus bienes. Pero así es el socialismo venezolano. Así de irresponsable. El letal artículo 8 de la Providencia 116 del Cencoex establece que el otorgamiento de divisas está sujeto a la disponibilidad del Banco Central de Venezuela y a las prioridades que establezca el gobierno venezolano. Ya hemos visto que una carta de Maduro en el diario norteamericano The New York Times es prioridad. Una campaña multimillonaria para recoger 10 millones de firmas contra el presidente Barack Obama, también. O una ostentosa fiesta en Madrid para celebrar los logros de la revolución. Pero la salud hospitalaria no es prioridad. Ni la inseguridad. Y, por supuesto, tampoco la educación. Aquí la única prioridad es el poder. Mantener el poder a como dé lugar.

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