Los libros y las armas
Se calcula que hay un arsenal de 650,000,000 de armas. En Estados Unidos hay más armas que personas. En la antigua URSS como en China son incontables pero inmensas. En 2010, Google recurrió a unos algoritmos para determinar el número de libros que había y dio esta cifra: 129,864,880. A pesar de que han pasado años y de que se habrán publicado miles de nuevas historias y habrá miles de armas, se puede afirmar que hay más armas que libros.
Los libros no son armas, a pesar de que a veces los utilicemos para matar el aburrimiento.
Si los libros fueran armas, podríamos entender por qué los totalitarismos se sienten vulnerables ante los escritores y les condenan al exilio o terminan con ellos fusilando sus ideas. Puede que para los dictadores, los libros sean armas de papel cargadas con balas de la libertad, un arsenal dañino para aquellos que ametrallan con la imposición. Si los libros fueran armas, podríamos comprender cómo algunos títulos cargados de odio han ayudado al hostigamiento de algunas razas, religiones o géneros, han disparado rencor y han utilizado las palabras como un ejército frente a hombres desarmados.
Las armas y los libros no son lo mismo, aunque en ocasiones hayan hecho el mismo daño. Porque el dolor que causa sana con el curativo parche de la cultura. Si los libros fueran armas, los desfiles militares exhibirían la fuerza de miles de historias sin bandera, ya que las palabras no tienen dueño, solo intérpretes, no tienen fronteras, solo idiomas. Si lo fueran, qué diferente sería responder al grito de ¡Presenten armas!
Los libros no son armas ni un valor en alza porque parece que para defendernos nos bastan las palabras. Si los libros fueran armas, las bibliotecas contendrían arsenales exhibidos en las estanterías con la misma inocencia que una pistola en la funda o una espada en la vaina. En todos los casos, hace falta una persona con una cierta puntería para darle un buen uso, porque leer sin cuestionarse nada es como no dar en el blanco. Si fuera así, en las bibliotecas nos armaríamos para la vida, repondríamos nuestra primera línea con armas blancas porque escribir es poner blanco sobre negro, como decía Mallarmé.
Si los libros fueran armas, habría países con más libros que personas porque habría ministerios de defensa que se gastarían millones en armar de historias a unos hombres que ya no se dedicarían a matarse, sino a escucharse unos a otros. Si los libros fueran armas, nos sentiríamos a salvo porque el ambiente olería más a tinta que a pólvora. Si lo fueran, tal vez una vida no tendría el precio de una bala, el tiempo de un disparo, sino un montón de páginas por delante.
Pero en el mundo hay más armas que libros y eso es algo que sirve para decirnos qué decisiones tomamos cuando nos sentimos vulnerables, qué preferimos tener en las manos cuando lo demás nos ha fallado.