Cuando prácticamente se había dicho todo en aquel brindis de los deseos del año 1979, final de la década que daba el inicio a la reversión material de nuestra soberanía merced a los Tratados Torrijos-Carter, levanté nuevamente mi copa esta vez para invocar a: Dios, a Justo Arosemena, a Belisario Porras, Harmodio Arias, a Enrique Jiménez y a Arnulfo Arias, para que los panameños no destruyésemos por lo menos en 50 años, los bienes que transferirían del canal de Panamá.
Pese a la ARI y otras dependencias burocráticas como la ANAM, desarrollistas foráneos y del patio han acabado despiadadamente tanto con vergeles neotropicales, como con lugares históricos de la zona del canal. Pareciera que no hubiese otro lugar en los casi 80 mil kilómetros cuadrados del Istmo para construir: Colegios chinos, templos de la India, barriadas de lujo, museos para mantenerlos vacíos, centros de convenciones fallidos y deformaciones en islas y refugios. Y, esto no termina, muchas obras pretenden construirse a costa de esos bosques, entre estas: La Suprema y la Asamblea..
Estos desarrollistas y funcionarios, se salvan que ninguno de los tres esposos de la poetisa está vivo. El primero los hubiese ahogado consigo mismo mientras buceaba perlas en el Archipiélago de San Miguel, el segundo hubiese evitado morir en el duelo en donde sucumbió, para cortarle las cabezas a sablazos a la gente del ANAM, la ARI y a los supuestos desarrollistas, el tercero mejor evito el desearle ese tipo de muertes, por más irrespetuosos, irreverentes e inmaduros que se muestren con esta patria, algunos funcionarios y desarrollistas que juran y se comen los mocos que en Panamá se puede hacer los que nos venga en gana.
El Cerro Ancón ya tiene demasiadas alteraciones. Ya tiene los Pueblitos, que son una maravilla turística construida por la señora Mayín.
