�Queridos hermanos y hermanas!
1. Este año, en mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, deseo detenerme a reflexionar sobre la práctica de la limosna, que representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales.
La limosna nos ayuda a vencer esta constante tentación, educándonos a socorrer al prójimo en sus necesidades y a compartir con los demás lo que poseemos por bondad divina. Las colectas en favor de los pobres, que en Cuaresma se realizan en muchas partes, tienen esta finalidad.
Según las enseñanzas evangélicas, no somos propietarios de los bienes que poseemos, sino administradores.
"Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, �cómo puede permanecer en él el amor de Dios?" (1Jn 3,17).
Socorrer a los necesitados es un deber de justicia aún antes que un acto de caridad.
2. El Evangelio indica una característica típica de la limosna: tiene que hacerse en secreto. "Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha", dice Jesús, "así tu limosna quedará en secreto" (Mt 6,3-4). Por tanto, hay que hacerlo todo para la gloria de Dios y no para la nuestra.
La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo.
La Escritura nos enseña que hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). La limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios y puede convertirse en un instrumento de auténtica conversión y reconciliación con él y con los hermanos.
Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma nos invita a "entrenarnos" espiritualmente, también mediante la práctica de la limosna, para crecer en la caridad y reconocer en los pobres a Cristo.
Que María, Madre y Esclava fiel del Señor, ayude a los creyentes a proseguir la "batalla espiritual" de la Cuaresma armados con la oración, el ayuno y la práctica de la limosna, para llegar a las celebraciones de las fiestas de Pascua renovados en el espíritu. Con este deseo, os imparto a todos una especial bendición apostólica.
BENEDICTUS PP. XVI