Se llamaban Elio Trevisioli y Alessandro Lovisetto. Los dos eran de Venecia, Italia. Elio, de 45 años de edad, y Alessandro, de 30, estuvieron consultando, durante una semana entera, a una mujer especialista en cartas Tarot. Y cada día las cartas revelaban cosas positivas. Pero al llegar el viernes, el �Signo de la muerte� apareció en las cartas.
Elio y Alessandro se miraron confundidos, y la adivina les dijo: �La carta de la muerte puede ser mala o puede ser buena. De todos modos, indica algún cambio grande.� Los hombres le pagaron a la mujer y se fueron.
Esa noche los dos hombres asaltaron el Banco de Venecia. Se llevaron 20 millones de liras, pero la cajera activó, en silencio, una alarma, y la policía los arrestó a la salida. De ahí que un juez condenara a los dos posteriormente a 20 años de prisión.
Esta breve noticia procedente de Italia contenía el comentario del periodista. �Nunca se puede estar seguro de las cartas Tarot -decía-, porque lo mismo anuncian fortuna que desgracia.�
Son muchos los que gobiernan su vida conforme a lo que les dicen los adivinos. Es increíble, pero millones de personas no salen a la calle sin antes consultar el horóscopo. Otros van a las quirománticas para que les lean las líneas de la mano.
Los antiguos pueblos de Egipto, Babilonia, Caldea, Grecia y Roma estuvieron llenos de supersticiones. Ellos también se regían conforme a lo que les decían los astutos místicos. Aquellos grandes imperios desaparecieron, pero sus falsas creencias perduran, tan Viva, Crítica en Líneas y vigentes hoy como entonces.
La Biblia advierte contra augurios, adivinaciones y sortilegios. He aquí la advertencia: �Nadie entre los tuyos deberá sacrificar a su hijo o hija en el fuego; ni practicar adivinación, brujería o hechicería; ni hacer conjuros, servir de médium espiritista o consultar a los muertos. Cualquiera que practique estas costumbres se hará abominable al Señor� (Deuteronomio 18: 10?12).
El que está seguro en Cristo no tiene porqué consultar a adivinos. El cristiano auténtico confía plenamente en Dios y pone cada día su vida en las manos de �l. Además, tiene a la Biblia como única regla de fe y conducta, y vive confiado siempre en un Padre amoroso que no desampara a sus hijos. Esa seguridad la puede tener todo el que le confía a Dios su vida y su futuro.