Hace exactamente 6 años, todo el mundo se vanagloriaba de ser amigo de la entonces presidenta Mireya Moscoso. Sus copartidarios, aliados políticos y uno que otro empresario hacía enormes filas para convertirse en las alfombras por donde ella pasara.
Igual pasó unos años más atrás, con su homólogo Ernesto Pérez Balladares, aunque en mayor escala. Pero eso no era lealtad, al contrario era "servilismo" disfrazado de hipocresía. Cuando dejaron el cargo se quedaron inmersos en la más profunda soledad política.
Lo cierto es que la gente es "leal al puesto que puedas ocupar y no a la persona". Hoy todo el mundo se da "golpes de pecho" alegando ser simpatizante del PRD y sobre todo de la línea política trazada por el mandatario Martín Torrijos.
Pero la pregunta que se impone, �se seguirá amando al actual Jefe del Ejecutivo con la misma pasión de una eterna luna de miel, cuando abandone el barco del poder?, la respuesta más probable, es que no.
Yo trabajé en el gobierno de la presidenta Moscoso, sin ser panameñista, ni miembro de algunos de los colectivos que la respaldaba políticamente. Fui considerado porque detectaron que era sin ser perfecto; un profesional leal, capaz y con principios morales, pesé a no contar con los conocidos apellidos políticos que sólo duran cinco años.
Hoy lo digo con orgullo, servir a doña Mireya a través de los ministros José Manuel Terán y Doris Rosas de Mata, en las jefaturas de Prensa y Relaciones Públicas respectivas, fue un honor inmerecido. Me siento orgulloso porque lo hice de corazón y no porque tenía algún padrino político, que me respaldara.
Pero fundamentalmente, porque desde muy pequeño me inculcaron que ser leal no tiene precio. Soy leal al que sirvo, al que me contrata, independientemente de banderías políticas, ideas filosóficas, clase social o color de piel.