En estos días, cualquier mujer con un nivel medio de poder adquisitivo puede "hacerse nueva" en el quirófano. Hay operaciones de todo: rinoplastia, implantes de senos y de nalgas, liposucción, lipoescultura, inyecciones de colágeno en los labios, y el muy famoso botox, para eliminar las arrugas.
Hoy en día las opciones de hacer el cuerpo perfecto son tan diversas, que las personas inseguras con su apariencia física han encontrado en estas una forma de escapar de su realidad. Una cosa es que te hagas una operación una vez, quizás dos. Pero con mayor frecuencia estamos viendo mujeres en las calles tan transformadas que han perdido cualquier vestigio de naturalidad. Pechos que parecen globos a punto de reventar, unas nalgas enormes sostenidas por un par de piernas flaquitas, labios que parecen haber sido picados por un enjambre de abejas africanizadas... En fin, siluetas que parecen más de caricaturas que de seres humanos.
Algunas mujeres sumergidas en la adicción a las operaciones y tratamientos de belleza parecen haber perdido toda noción de lo que es la sutileza y la mesura.
Es cierto que aparte de Brad Pitt y Carmen Electra, no hay nadie en el mundo que pueda estar 100% conforme con su cuerpo. Pero ese es el cuerpo que Dios nos dio. El que seamos bajitos, tengamos el cabello de cierta forma y la nariz en determinado ángulo no significa que sean defectos. Son más bien una muestra de la diversidad en los genes de la especie humana.
Cuando no somos capaces de aceptarnos como somos, es que caemos en estas conductas compulsivas. Es verdaderamente triste ver a una mujer en los 30 o 40 con la cara deformada por el colágeno y el botox, tras múltiples sesiones. Si supieran lo que realmente piensan los hombres que quieren atraer, lo pensarían dos veces.