Pocas escuelas en nuestra patria han esparcido la semilla afortunada del saber sin distingos de raza ni credos, como la vertical mole de acero y concreto que se levanta en la extensa planicie central, embelleciendo el jardín muy bien ejecutado de la ciudad magistral de Santiago de Veraguas; nuestra Alma Madre, la escuela Normal J. D. Arosemena.
Han egresado de sus aulas por largos setenta años, bandadas de cóndores a diseminar a lo largo y ancho de la patria, iniciadas en la década de los años cuarenta. Fue la jornada de acción emprendida, presumiendo dejar anclada la ignorancia en el pasado, concentrando la atención en un cambio radical de acendramiento cultural, con preferencia manifiesta en la adquisición de noveles y ajustadas actitudes, entrando por las puertas y ventanas del conocimiento desterrando las modalidades arcaicas y retrógradas. Hombres y mujeres armados de formidables recursos que se generaban y continúan generándose, abriéndose paso acortando los espacios insondables de forma gradual, pero implacable, implantando la claridad donde prevalece la oscuridad, quedando cortas las rancias ambig�edades postreras, curando con acuciosidad doctoral la grande herida de la indigencia mental suma, heredada de la colonia. Fueron nuestros primeros maestros, grupos plurales de intelectuales extranjeros venidos al Istmo contratados para la enseñanza de los futuros modelos que les cambiarían el rostro a la patria en entero y completo acicalamiento restaurador como la sinfonía acoplada de una melodía elegante.
Entraron con atención al escenario en afanoso cultivo de la inteligencia humana, donde había sido objeto de diagnosis el último grito de la metodología educativa moderna que daba al traste con las ideas medievales muy en boga hasta ese momento, brindando cabida presurosa al mandato de la gloria, el lustre y el honor. Luego entraron a la escena con coraje inaudito los nuestros: Vicente Bayard , Víctor Gómez, Berta Arango y Maty Gómez, todos abanicando las normativas de la excelencias, lucha empecinada de los misioneros del deber. La tarea fue desempeñada con orgullo acrisolado, luego dispensada a nosotros, abriendo trochas por los emboscados senderos del triunfo. Los cóndores actuales deben continuar su vuelo emprendedor, sin caer en las claudicaciones enfadosas , en desafío perenne de los picachos agrestes, donde mora agazapada la ignorancia con gesto amenazador y lucubrador.