Emperatriz malévola del universo de las conjuras y la envidia, adosada de gandujados sedosos, maquillada en completa estima, �cuántos te llevan en andas protocolares, brindándote calor y cariño, entre aplausos y vítores, entrando con efervescencia esplendorosa, por calles y avenidas, conducida al solio de la falsedad, como icono sagrado, según ellos, con todos los atributos de deidad!. La mentira es la obra de excelente arte acabado, con destreza y meticulosidad que Satanás le ha heredado a la humanidad, como arma secreta de defensa, para difamar la pulcra conducta altruista de los que cumplimos fielmente con los mandatos de la ley de Dios. Muchos la llevan por doquier presumiéndola, como joya de singular lucidez y estimación extremada. La cuidan y la acicalan con las características del trono en opulencia renovada.
Es la prensa que no admite ser olvidada en este tiempo donde se perpetra la traición gratuitamente y la gratitud es desterrada cada segundo que pasa. La mala fe, la sospecha imprudente y la ausencia de moral son acuerpada por la anémica cultura de ninguna esplendidez relevante. Lo que cuenta de espectacular es que la dice el pobre, el rico, el culto, el ignorante con tal desfachatez que espanta, arma de doble filo en las manos de un beodo furioso. Debemos situarla lejos de los resultados que provoca, cuando consentimos que podemos fácilmente ser conducidos al engaño. Falsas las palabras y sorpresas birlan entrañablemente las esperanzas. Es muy difícil encontrar el hombre que nos puede ofrecer el fresco consejo en las dudas, alivio en las quejas, ni medicina en los males, la maldad es soberana desde el primer momento que nos saludan los rayos del sol.