Samuel Albany entró al negocio de Donald Wells en Pompano Beach, Florida, y contrató sus servicios. Luego, para dar cumplimiento al convenio, Wells tomó su videograbadora y se encaminó a la casa de Albany.
Allí grabó varias tomas en las que el hombre aparecía leyendo, tomando café, regando las flores del jardín y tocando el piano. Cuando terminó de grabar las cintas, regresó a su negocio para proceder a la parte final del contrato.
�Qué contrato era ese? Simplemente algo relacionado con un nuevo negocio, el de "Lápidas mortuorias audiovisuales". "Las lápidas ya no tienen que ser esas frías y secas losas de mármol que se usaban antes -explica Donald Wells-. Nosotros nos encargamos de hacer unas lápidas en las cuales al apretar un botón, sale la voz del difunto que está enterrado allí, y en una pantallita se ve su imagen en colores, sonriente y feliz como cuando estaba vivo." Es una nueva aplicación de la tecnología electrónica. �Y otro esfuerzo del hombre por perdurar más allá de la tumba, sea como sea!
Nadie desea morir. Si pudiéramos controlar nuestro destino, nunca moriríamos. Aun al llegar a la vejez, trataríamos de mantenernos con vida. Es una especie de ley universal que hay dentro de cada ser humano. �Y de dónde viene esa ley?
Es que fuimos creados para la eternidad, pero creemos que nuestra única habitación es este cuerpo y que por eso debemos mantenerlo vivo eternamente. Lo cierto es que el cuerpo no es más que una casa temporal. El alma sigue viviendo, pero en otra dimensión. De ahí la ansiedad incurable de no querer morir.
Dios ha hecho provisión para esa necesidad. La persona que ha establecido con �l una relación de padre e hijo por medio de la gracia de Jesucristo demostrada en la cruz tiene ya asegurada su eternidad con Dios. Es posible vivir para siempre en esa gloria infinita. Ese es el destino que Dios tiene para quien acepta la salvación.