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La Lucrecia Borgia de Monserrat

Hermano Pablo | Reverendo

A Mercedes Bolla de Murano, sus amigos y vecinos la consideraban una mujer rica. Vivía en Buenos Aires, Argentina, y siempre andaba ostentando dinero. Prefería tomar un taxi para hacer sus visitas diarias a los amigos. Asistía fielmente a las iglesias, donde dejaba buenas limosnas para los santos. Y vestía bien, calzaba bien y vivía bien.

Sin embargo, a Mercedes le pusieron el apodo de �La Lucrecia Borgia de Montserrat� por envenenar a no menos de siete personas, a todas ellas con cianuro. Según descubrieron los investigadores, la mujer pedía demasiado dinero prestado. Como no podía pagar, optaba por eliminar a sus acreedores, dándoles a beber cianuro alcalino.

Fue así como Mercedes asesinó a una prima, a cuatro amigas y a un matrimonio. A los siete les debía grandes sumas de dinero, y todos le tenían la suficiente confianza como para aceptarle un vaso de refresco en el que ella había disuelto la sustancia mortal.

Mercedes Bolla de Murano amaba el dinero. Le encantaban las joyas, los abrigos de piel y los vestidos de última moda, símbolos sociales de la vida de pompa y de ostentación. Como no ganaba suficiente dinero para satisfacer su apetito material, lo pedía prestado. Y como no podía pagar lo que debía, y le era imposible vivir modestamente, optó por matar a los que le hacían el favor de prestarle dinero.

�Qué hay detrás de este drama? Según el sabio Salomón: �Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente.� �Porque -según afirma San Pablo-: el amor al dinero es la raíz de toda clase de males.� El amor al dinero, sobre todo cuando lo acompaña el desamor al trabajo, es una fórmula terrible, capaz de aniquilar a cualquier persona y acarrear una terrible cadena de males.

�Cómo podemos librarnos de esta baja pasión, que es la pasión? De la misma manera en que nos libramos de otras tantas pasiones morbosas, que es como se libró de ellas uno de los más viles pecadores a quien, no obstante, Dios consideró como un hombre conforme a su corazón. Basta con que sigamos el ejemplo del rey David, que después de su terrible pecado se arrepintió de todo corazón, reconoció su falta y le pidió perdón a Dios en estos términos: �Aparta tu rostro de mis pecados y borra toda mi maldad. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu.�



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