Es cierto, la noticia de que se va a ser padre o madre les llega a algunos de sorpresa. No todos llegamos a la paternidad luego de un concienzudo proceso de planificación familiar.
Un hijo inesperado, sobre todo para los padres primerizos, voltea "patas para arriba" todos nuestros planes, modifica nuestras expectativas, altera nuestros hábitos. Y lo hace para siempre.
La decisión que tomamos una vez hemos recibido la noticia de un hijo inesperado, podría considerarse como la máxima prueba de amor y responsabilidad.
Cuando una pareja dice sí a un hijo por venir, se está separando del grupo de los cobardes y poniéndose del lado de los valientes, los amorosos y los responsables.
Independientemente de creencias religiosas, la decisión de cortar con una vida en desarrollo o abandonarla al nacer va en contra de nuestra propia naturaleza como seres vivos.
Pero sucede algo en particular. Vivimos en un mundo (y un país) en el que el que rigen el individualismo y el "sálvese quien pueda". Exijimos todos los derechos y rechazamos todos los deberes.
Bajo esta perspectiva de vida, las excusas sobran para no tener hijos. No tenemos tiempo suficiente, hay muchas deudas, o sencillamente "eso no estaba en mis planes".
Es por esta visión individualista que que las clínicas de abortos clandestinos están llenas de trabajo.
Estimados lectores, los hijos son una extensión de nuestras propias vidas, y como tales, incluso representan una oportunidad de enmendar algunos de los errores que nosotros mismos hemos cometido con anterioridad. Amarlos, educarlos correctamente y hacerlos hombres y mujeres de bien, es nuestro principal compromiso con la humanidad. No son un estorbo, ni una carga.
Si vamos a cuidarnos, cuidémonos, pero si nos toca, no tomemos el camino de los cobardes.