El trabajo en equipo es la columna vertebral que sostiene a cualquier empresa privada y oficina pública. El buen funcionamiento de una organización depende del correcto desempeño de una serie de labores colectivas e individuales, todas encaminadas hacia un mismo fin.
Y a la hora de que esta misma organización haga revisión sobre sus resultados y metas alcanzadas, el reconocimiento de los créditos colectivo o individuales redunda positivamente en la motivación del personal. Un empleado cuyo trabajo es reconocido como bueno, queda automáticamente con las pilas recargadas para su próxima misión.
Por desgracia, en la fauna corporativa nunca falta aquel compañero que se esconde entre la multitud al momento de ayudar, y que sale disparado -como impulsado por un resorte- a la hora de los reconocimientos. Incluso, estas unidades no tienen reparo en indisponer a cualquier colaborador con tal de ganar un bono o un aumento.
Este tipo de comportamiento inicia en la escuela. �Se acuerdan de aquel compañero que en los trabajos en grupo nunca contribuía con nada, pero que aún así su nombre salía en los créditos finales del trabajo?
Los usurpadores de crédito son expertos en el oscuro arte del oportunismo. Trabajar con ellos se convierte en un extraño juego del gato y el ratón, en el cual él (o ella) cambia de rol en el momento en que le conviene.
Invariablemente, las tretas del usurpador salen a la luz, y este momento por lo general ocurre cuando se mete con el compañero equivocado, o uno de los jefes de mayor jerarquía. Aunque casi siempre es desenmasarado cuando cuando el daño causado es mucho (entiéndase, ya ha causado el despido de más de un compañero).
Somos los compañeros de trabajo los únicos que podemos ponerle freno a tiempo, ya que el usurpador vive de nuestra buena voluntad y compañerismo.