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Buzón de los lectores

Redacción | Crítica en Línea

Sabía que iba a morir pronto, así le dijo a su hija. La cuenta regresiva de su vida se acercaba al punto final. La voz dormirá para siempre, mientras el mundo continuará dando vueltas, las estrellas expandirán su brillo y la tierra siempre será la dura cámara donde han de reposar las cosas exánimes y el fuego purificará la carne muerta para permitir el viaje del espíritu.

Luciano Pavarotti, el más popular de los cantantes de ópera del siglo veinte, ha abandonado este día el mundo consciente, acosado por una muerte feroz oculta en nuestro interior y que devasta sin piedad la arquitectura biológica: el cáncer.

Había nacido el 12 de octubre de 1935 en Módena, al norte de Italia. Sus orígenes no fueron nobles ni aristocráticos, ni siquiera pudientes. Fue hijo de un panadero al que le gustaba la ópera. Cantaba el padre con su voz también de tenor al amasar la harina, prodigaba de altas notas la cocina delante del horno, al calor de sus brasas.

Luciano participó en un coro del Teatro de la Comunna. Allí delineó su estilo, en ese grupo alardeó su voz y registró las edulcoradas notas que habrían de darle fama y prestigio.

Comenzó a recibir clases de canto en 1955, pero antes de subir a un escenario, antes de lanzar su voz al viento, Pavarotti obtuvo una licenciatura en Magisterio, profesión a la que dedicó más de una década. Esta inclinación pedagógica la mantuvo, según sus allegados, porque siempre fue un maestro en todo sentido.

El debut de Luciano se dio el 29 de abril de 1961. El escenario del Teatro Regio Emilia le vio interpretar el Rodolfo de La Boheme de Giacommo Pucini. Poco después se convirtió en el duque de Mantua de Rigoletto y más tarde, destacó todo su talento en varias ciudades europeas, hasta presentarse en la majestuosa Scala de Milán en ocasión del centenario de Toscanini.

El belcanto fue su amor, su amante, su virtud y su sueño. Hizo dúo con varias destacadas cantantes para interpretar a los grandes compositores. Desgranó su talento en escenarios de Dublín, Nueva York, Roma, París, Londres y otros.

En un momento único en la vida, hizo trío con otros dos grandes maestros españoles, Plácido Domingo y José Carreras. Ellos estremecieron los cimientos del mundo con sus voces.

El legendario tenor ha muerto en su casa, en compañía de sus allegados. A los 71 años deja este mundo, donde pocas cosas evocan una creación divina, su voz era una de ellas.



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