Cuando se habla del deporte nacional y sus logros, hay que trazar una raya entre nuestros deportistas y nuestros dirigentes deportivos. Y es necesario colocarlos en dos grupos separados, porque mientras los primeros nos han dado satisfacciones este año, del segundo grupo no hay nada para enorgullecerse.
La lista de hazañas de nuestros deportistas este año es larga, y el nivel de estas es alto. Tenemos hoy día cuatro campeones mundiales de boxeo. El último de ellos, Guillermo Jones, se coronó apenas el fin de semana pasado.
También obtuvimos nuestra primera medalla de oro olímpica, por el esfuerzo del saltador de longitud Irving Saladino. Para los panameños, es indiscutiblemente el mayor logro deportivo de la década.
También en las disciplinas paraolímpicas tuvimos satisfacciones. César Barría se convirtió en el primer atleta discapacitado de América Latina en cruzar a nado el Estrecho de Gibraltar.
El cerrador Mariano Rivera de los Yankees de Nueva York se posicionó este año como el segundo mejor salvador de juegos en la historia de las grandes ligas.
Pero cuando el interés por nuestro deporte está en su mejor momento, �qué es lo que recibimos de la dirigencia deportiva? Algunos de ellos están más interesados en poner en la papa a sus amigos que hacer avanzar al deporte.
Las disputas por el poder y control del comité olímpico panameño nos hacen preguntarnos cuales son las verdaderas prioridades de algunos dirigentes deportivos. Como siempre ha pasado, en nuestra delegación en las pasadas olimpiadas de Beijing había más dirigentes y colados que atletas; e incluso, uno fue dejado por fuera, en un hecho criticado por la opinión pública. Tal parece que muchos de nuestros atletas triunfan a pesar de los dirigentes, en vez de con el apoyo de ellos.