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Suceso inesperado

Aura Alvarado | Profesora

Honda pena se apoderó de las almas de los hermanos Grimaldo: Manolo y María de Jesús. Su madre, mujer firme, misericordiosa y amigable, murió en la madrugada del día jueves 21 del año 2008. Una voz, sin otro anuncio que el penetrante grito de la hija, que resonó en lo alto el edificio, levantó del sueño al popular y amistoso billetero Manolo cuyo objeto de vida es la admiración, expectación, aplauso y reconocimiento; también la elusión de toda situación deslucida.

Se nos fue mamá. El hado piadoso, no obstante, se mostró bien con ellos �Plegue a Dios!... sollozó una señora; y se quedó cortada, sin acabar su pensamiento, sin acabarla ante la mirada angustiosa de su hijo. Otra preguntó, cómo fue el asunto, bueno, baja la escalera una vecina; de pronto resbaló y al caer, la amparó doña María Cristina. La señora, medio afectada se acostó, y en silencio el traicionero "síncope", la durmió para siempre.

Día siguiente: 22 de agosto del 2008, hace escasa cosa de algunas horas, llegó el féretro de la difunta a la Iglesia de la Virgen del Carmen de Guadalupe. Concurrencia familiar y amistosa. Miradas escrutadoras e impacientes, propias del género humano curioso, murmuradores y criticones. �Dónde está Manolo? �Qué raro! Llegó después del acto religioso, el sepelio al "Jardín de Paz", un cementerio de altura.

�Oh Dios!, qué sorpresa. A orilla de la "fosa" estaba el pesadumbrado y agónico don Manolo. Este es el momento que le dio el Señor al afligido hijo mimado de la inolvidable señora. Musitando decía: la mujer de mi vida, mi esperanza, mi consuelo, mi consejera, se me fue. Estaba ahí el hombre tierno y sensible que nos hizo recordar la canción: "Pedro Miguel, los hombres no lloran".

Es una farsante irrealidad, porque sí lloran los hombres cuando de verdad quieren a la sublime autora de su vida. Ella lo fue todo para sus hijos y sus familias.

Mirando impaciente y gimiendo el descenso del cadáver de su madre en la nueva morada, exclamó: Padre Celestial, que eres Dios, ten piedad de nosotros. Virgen Santísima, que mitigas la tristeza del alma, arranca poderosísima Señora de nuestro endurecido corazón lágrimas de verdadera penitencia; a fin de que el Señor acoja en su seno a mamá y levante de nosotros el azote de su indignación por alejarnos de la fe y de su presencia.

Hermanos presentes, gracias por tanto cariño y aprecio. Que Dios los bendiga y acompañe siempre. Te lo pedimos María de Jesús y yo, Manolo.



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