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Estamos solo de paso

Hermano Pablo | Reverendo

Por lo general, padre y madre viajan juntos cuando llevan consigo a sus hijos menores. Si viajan separados, es para sacarle partido a alguna circunstancia de la vida. No les cruza por la mente que, a la inversa de lo que ocurre normalmente, la vida misma pudiera sacarle partido a la circunstancia.

Eso fue lo que sucedió en la vida de dos familias diferentes, ambas residentes en Nueva York, que tenían como destino la República Dominicana. Los miembros de las dos familias que viajaron el lunes 12 de noviembre de 2001 en el vuelo 587 de American Airlines no llegaron. Los miembros restantes, que no hicieron el viaje ese día, no pudieron menos que preguntarle a Dios por qué había permitido que ellos se salvaran y que sus seres más queridos perecieran. Aquel trágico vuelo dejó como saldo 265 muertos en el barrio residencial de Nueva York donde se estrelló el avión, entre ellos 175 dominicanos.

El padre de una de las dos familias era Roberto Despradel, guardia de seguridad en un club nocturno de Nueva York. Viajó acompañado de sus dos hijos varones, de uno y cuatro años de edad, mientras que su esposa, Ilsa Beauchamps, se quedó en casa con la hija de seis años. Despradel sólo quería pasar una semana en la República Dominicana con sus padres, para que ellos pudieran conocer a los nietecitos.

La madre de la otra familia era Norma Lilian Valoy Fajardo, hija del popular merenguero Cuco Valoy. Ella viajó en compañía de sus dos hijos varones de ocho y quince años y de su hija de once, mientras que su esposo se quedó en casa solo. �l iba a viajar posteriormente a fin de pasar la Navidad con su familia.

Lo que nos espera no es pasar apenas una semana en la República Dominicana o pasar las fiestas de Navidad con nuestra familia, sino pasar toda una eternidad con Dios el Padre celestial, nuestro Padre de familia, y con su Hijo Jesucristo, y no en esta tierra sino en el hogar que nos ha preparado en el cielo.

Pero todo depende de que nosotros, a nuestra vez, nos hayamos preparado conforme a lo que Dios ha dispuesto para cada uno, haciéndonos hijos adoptivos suyos y hermanos de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. De hacerlo así, todos los miembros de la familia, tanto la terrenal como la celestial, estaremos juntos por la eternidad.



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