El Vidajena

Por: Redacción -


El pacierazo Cicerón siempre quiso ser un abogado de éxito. Pero, sus padres eran los más limpios del patio limoso. Desde muy pequeño demostró ser el más hábil y el más tracalero de todos los pelaos de la escuela pública donde cultivó su cacumen con los conocimientos necesarios para abrirse paso en la vida. Sus maestros notaron sus aptitudes para convertirse en un buen leguleyo.

Cicerón obtuvo su título de bachiller en Humanidades con las mejores calificaciones por lo cual se hizo merecedor de una beca para asistir a la Facultad de Derecho. Allí se destacó como revolucionario y recibió el efecto de las bombas lacrimógenas y manguerazos por obstruir las calles.

El buaycito pensaba que con acciones revolucionarias haría cambiar el estatus y que obtendría justicia social para todos los panameños, que erradicaría las barriadas marginales (brujas) y que en su lugar construiría rascacielos con piscinas en el techo, que haría un país modelo para ejemplo del mundo, pero eso eran puros delirios, pura demagogia en sus discurso de barricadas en la universidad.

Cuando se graduó y comenzó a ganar chen chen porque era un tremendo abogado, que ganaba los pleitos, tanto como defensor como acusado, en consecuencia, tenía los bolsillos repletos de billetes verdes con los rostros de Washington, Lincoln, Hamilton, Grant, etc., se olvidó de sus peroratas y de sus promesas de dedicarse por entero a favorecer a las clases menesterosas de este país. Le cogió el sabor a la buena vida, a las bellísimas guialcitas fulas y curvilíneas, compró su carrazo Masseratti, igualito al de Murcia y cuando veía a sus antiguos vecinos del patio limoso les decía si algún día te vi, no me acuerdo y si acaso entablaba conversación con ellos, lo hacía mientras caminaba, al estilo de los altos personeros del gobierno y de los magnates de la industria y del comercio. Ahora, el negrito se creía millonario y perteneciente a la high class.

Por esa época fue que conoció a una doñita rubia de cuarenta años que heredara el título de condesa, que compraron sus antepasados en España cuando el dictador Franco ensangrentaba la Madre Patria y cuando se vendían los título de nobleza.

La condesa María Milagros Cayetana de Perencejo y Calvos se enamoró locamente del negrito Cicerón y el man no desaprovechó la ocasión. Se casó con la condesa blanca, rubia y todavía de buen ver, ya que nunca se había casado porque esperaba un noble como ella, pero, ya la soltería le molestaba, sobre todo cuando debía dormir sola en las noches de intenso frío y echó mano del negrito del patio limoso para que fuera su quita frío.

Como suele suceder, todo al principio fue sobre rieles. Se amaban intensamente, de mañana, al mediodía, cuando el abogado iba a banquetearse con su mondongo calientito y picante, en las tardes, en las noches, después que la Condesa veía su última telenovela.

Pero,



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