La Casa Müller-1909
Continuamos con la segunda parte de -LA CASA MÜLLER- del escrito de: "RECUERDO PANAMÁ" - LUIS PULIDO RITTER. Era una gigante herida de muerte. Yo la
Mejores días
Pero ¿creen que me consuele el hecho de estar en un museo? No. Siempre he soñado que vendrían días mejores para mí, que alguien descubría lo bella que soy, que me salven de la muerte. Inútilmente he luchado para llamar la atención y vencer la indiferencia.
Continuamos con la segunda parte de -LA CASA MÜLLER- del escrito de: "RECUERDO PANAMÁ" - LUIS PULIDO RITTER.
Era una gigante herida de muerte. Yo la escuchaba llorar. Oía su desgarrada voz y no saben lo tanto que quiero a esta ciudad, con su humedad, con su pobreza y con sus desesperanzas para que me dejen morir así. Mis cuartuchos han sido testigos de muchos nacimientos y muertes.
De sufrimientos y dolores. Pero también de muchas alegrías. Niños desnudos han corrido en mis balcones y no he dejado nunca de protegerlos.
He sacado fuerzas de donde no las tenía para sostener mis pedazos de madera podrida y apolillada. En medio de esta pobreza no he dejado jamás de abrir mis paredes para que entre el sol y el viento del mar. Desalojar la humedad de mis cuartuchos.
Ay, por qué me han olvidado, por qué me dejan morir así, por qué me abandonan como una vieja madre que nadie quiere.
Cuando era joven, lucía mis balcones con orgullo, como una mujer que luce collares de perlas en su cuello, y bailaba todos los días de Carnaval con toda mi felicidad.
La gente subía a mis balcones, serpentinas caían en los carros alegóricos, abría mis paredes y dejaba que la música arropara todos los oídos. Mis escaleras, mis cuartuchos, mis columnas y mis balcones crearon el más grande regalo que le he dado a esta ciudad: el universo.
Les he dado el universo, lo he protegido bajo mi techo de zinc, y mis cuartuchos jamás cerraron los oídos para que los hombres, provenientes de tan diferentes partes del mundo, hablaran una misma lengua. Vinieron los antillanos, los chinos, los hindúes, los árabes, los griegos, los judíos, los italianos, y muchos otros.
Y mi piso de madera no está manchado con una sola gota de sangre. ¿No se han dado cuenta de que yo soy esta ciudad? Cada día he tratado de recordarles que soy un barco en medio de dos océanos y que tenemos un mismo destino. Pero la memoria es muy débil. Y ahora soy víctima de la ignorancia, mi cuerpo se desangra, pierdo mis balcones. No saben el dolor que tengo porque no veré otro amanecer, no veré otro atardecer y no veré otro Carnaval.
No escucharé el rumor de las olas que se estrellan contra la costa, no veré lo que más amo de esta ciudad: la espontaneidad colorida de sus calles. Mi muerte se viste ya de negro porque sé que no tendré luto.
Sé cuál es mi destino. Quizás quedarán algunas fotos mías en algunos museos. Y digo quizás por una sencilla razón: no estoy segura si en el futuro de ustedes habrá museos para recordarme.
Algunos contarán sobre mí, pero al final caeré en el olvido como la luz de una estrella que desaparece en el universo. No hay nada que los conmueva porque el alma de ustedes es tan dura como el caparazón de una tortuga. No conocen la compasión ni se detienen a sentir los sufrimientos de los demás. Cada quien persigue su interés y solamente se respeta a quien tiene dinero.
El valor de las cosas se mide por el dinero y por eso es tan fácil destruirme porque soy pobre y destartalada. Todo lo que tiene valor se viste con lo nuevo. Y ese valor se mide en dólares.
Pero aunque me duela, quiero decirles una gran verdad. Es mucho más barato construir nuevos edificios, modernos, que repararme a mí. Ninguno de esos edificios es tan caro como lo soy yo.
Si es por el dinero, yo tendría entonces más valor. Además daría más empleo por cada pedazo de madera que por cada una de esas planchas de cristal. Esto es muy refinado para ustedes porque sencillamente me tumban por ser pobre y vieja. No soy de cristal.
Algunas fotos colgarán en algún museo que nadie visita. Pero, ¿creen que me consuele el hecho de estar en un museo? No. Siempre he soñado que vendrían días mejores para mí, que alguien descubría lo bella que soy, que me salven de la muerte. Inútilmente he luchado para llamar la atención y vencer la indiferencia.
Unas veces dejé que el viento desprendiera el techo de zinc, otras veces dejé caer escaleras y hasta dejé caer pedazos de balcones a sabiendas de que podía ser una trampa mortal para los niños. Y muchas veces estuve tentada en provocar un fuego, pero no lo hice.
Esto era precisamente lo que querían aquellos que hoy me demuelen.
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