Diáfara, hermosa y apacible

El sonido de las olas, la brisa y el espectáculo en la salida y puesta del sol, son parte de la tranquilidad que sirven como

Melquiades Vásquez A. / Melquiades Vásquez A.

El sonido de las olas, la brisa y el espectáculo en la salida y puesta del sol, son parte de la tranquilidad que sirven como terapia en la solitaria comunidad de Diáfara, en el distrito de Mariato, en Veraguas, lo que deja marcados recuerdos en quienes visitan este lugar.

Desde allí se tiene una impresionante vista de casi toda la forma del golfo de Montijo.

Residentes de este hermoso y apartado paraje creen que el nombre del lugar procede de un grupo numeroso de aborígenes que vivieron hace muchos años en esa región y que la cuidaban, porque a la vez sirvió de fuente de subsistencia para ellos, gracias a la abundante pesca.

Los indígenas dejaron sus huellas y como una muestra de su existencia están varios morros o montículos que aún subsisten y que fueron hechos con los productos de consumo del mar, además de las vasijas y herramientas usadas por ellos.

Se cree que hace muchos años el lugar estuvo superpoblado, y tal vez por las condiciones de tranquilidad que tenían los indígenas y con la envidiable vegetación marino costera que hay en el lugar, hoy día todavía es para muchos una comunidad que invita a contemplar estos parajes solitarios.

Hasta hace unos 20 años en el lugar había unas 16 viviendas, habitadas todas por una misma familia. Pero la mayoría emigró en busca de mejores oportunidades de vida y hoy día solo queda una de ellas.

El educador Bolívar González viajó a Diáfara y, según sostuvo, quedó sorprendido por la vista al mar, que definió como un espectáculo que da la naturaleza.

Para disfrutar de ese paraje hay que viajar desde la ciudad de Santiago, a Llano de Catival, en Mariato, y en dos horas usted ya está en Diáfara, en el golfo de Montijo.

Desde este lugar se aprecia cómodamente el cambio de las mareas, y cuando está baja deja al descubierto una gran porción de lama, mangles, arrecifes, bancos de arena, esteros y, sobre todo, la biodiversidad de especies marinas que sirven de alimentos a muchas personas.

De manera curiosa en Diáfara hay una laguna natural, a la que en los meses de octubre, noviembre y parte de febrero llegan aves migratorias que no son comunes en Panamá, del tamaño de un pavo con un variado plumaje, que luego continúan su camino.

Diáfara para muchos es una pequeña comunidad relajante y según aquellos que han tenido la oportunidad de conocerla, les ha servido de terapia, sobre todo cuando atraviesan momentos difíciles.



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