Pidamos por los necesitados
La Navidad, una fiesta que retrotrae el nacimiento del Redentor del Mundo, tiene para la mayoría de los seres humanos, chicos y grandes, una
La Navidad, una fiesta que retrotrae el nacimiento del Redentor del Mundo, tiene para la mayoría de los seres humanos, chicos y grandes, una connotación especial acorde con la situación que vivamos.
El comercio, con el ánimo manifiesto de vender lo que tiene en existencia, atiborra las vidrieras, neveras, agencias, anaqueles de todo lo que ofrece a una comunidad caracterizada por el consumismo, en un mes sin descuentos por deudas, pago del XIII mes, incluyendo los que acaban de cobrar y que se debía hace 24 años; bonificaciones hasta de un mes de salario en algunos casos y ahorros de todo el año, entre otros ingresos que solo se dan en diciembre de cada año.
Este es el común denominador en un gran porcentaje de la población que, en Nochebuena y por varios días hasta que el año culmina, vive tan glamurosamente como pueda. Sin embargo, hay una porción de la población de nuestro Panamá y del mundo, para quienes la Navidad es un día más, quizás más duro que los 364 días restantes, porque ven, de lejos y de cerca, la abundancia que otros tienen y que en ellos no se siente. Ellos viven en un submundo, donde las limitaciones y la precariedad lo son todo.
Ese grupo lo conforman el limpiabotas que se empeña en convertir los zapatos ajenos en objetos relucientes, porque los de él no existen; el enfermo terminal que guarda cama sin la esperanza de una cura; los precaristas que, en el Panamá floreciente de hoy, viven en condiciones infrahumanas, rodeados de miseria; el menesteroso que vive en ayuno permanente; el orate que duerme donde lo sorprende la noche; la extranjera que se vio obligada a cruzar los mares para encontrar un trabajo que le permita enviar dinero a su madre e hijos lejanos.