Nacional - 08/1/14 - 11:44 PM

Imágenes que inmortalizaron la gesta

A las 3:30 de la madrugada del 10 de enero de 1964 comenzó a circular en el país una de las más memorables ediciones del diario Crítica.

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Eliécer Navarro / Crítica

A las 3:30 de la madrugada del 10 de enero de 1964 comenzó a circular en el país una de las más memorables ediciones del diario Crítica.

Se trataba de una edición repleta de recuentos, testimonios e imágenes desgarradoras de la gesta heroica de centenares de estudiantes panameños que –defendiendo la soberanía nacional- se enfrentaron a soldados, policías y civiles estadounidenses armados hasta los dientes. La mayoría de esos patriotas ni siquiera había cumplido la mayoría de edad.

Entre todas las fotos, una se convirtió en símbolo. Mostraba a dos jóvenes estudiantes –uno de ellos portando una bandera panameñasubiendo la cerca que marcaba la frontera entre la nación y la Zona del Canal, mientras otros dos se aprestaban a seguirlos. Un grupo de chiquillos desafiando a la nación más poderosa de la tierra.

Casi todos los panameños conocen la imagen, pero casi nadie recuerda al hombre que la captó, Emilio Gastelú.

Quince días más tarde, salió otra edición memorable, pero de la revista estadounidense LIFE, que en su portada colocó la imagen igualmente icónica del 9 de enero de 1964.

Un grupo de estudiantes colaborando para amarrar una bandera panameña sobre un poste de luz al margen de la entonces llamada Avenida4 de Julio, y dentro de la “Zona”. A un lado, en la calle, el automóvil de un gringo arde en llamas.

En la base de ese poste, un estudiante de una escuela privada sirvió de primer escalón humano para que otros estudiantes pudieran amarrar la bandera en la cima. Sin esta valiosa ayuda de Diógenes García, no hubiese sido posible la hazaña.

Gastelú y García contaron a Crítica sus recuerdos del 9 de enero.

Gastelú

Al calentarse la situación dentro y los márgenes de la Zona del Canal, el entonces director de Crítica, José Agustín Cajar Escala, asigna la cobertura al reportero gráfico Emilio Gastelú, de 33 años.

Peruano de nacimiento, Gastelú se vino a vivir a Panamá en 1951. Antes de laborar en Crítica, había trabajado como fotógrafo para el jefe de Policía, José Antonio Remón Cantera. La logística consistía en tomar las fotos, y enviar inmediatamente los negativos con un mensajero, que a su vez le entregaba rollos nuevos.

Como muchos otros periodistas y fotógrafos, Gastelú se jugó el pellejo al lado de los institutores para poder lograr las mejores tomas.

“El valor de esos muchachos y esas muchachas nos empujaba a seguir con ellos. Ninguno se echó para atrás”, cuenta. “Gracias a Dios, no me tocaba en ese momento”.

Gastelú recuerda que al tomar su foto más famosa, la del salto de la cerca, realmente había cinco “pelaos” en el grupo, pero solo cuatro aparecieron en cuadro. De todas formas no había tiempo para posar.

En 1994, un incendio accidental acabó con casi todos los negativos de Gastelú. Aun así, su trabajo del 9 de enero de 1964 ha perdurado en el tiempo, al igual que el legado de los mártires.

García

En medio de la marea de institutores, algunos pocos jóvenes de escuelas privadas también se sumaron a la gesta.

Uno de ellos fue Diógenes García, de 18 años, y estudiante del Instituto Tecnológico Rodolfo Diesel.

“Cuando se supo la noticia, todo el transporte público se detuvo, así que tuvimos que llegar a pie”, recuerda. “Cuando

llegamos al edificio de la Pan American World, frente al palacio legislativo, los americanos tiraban ráfagas de bala. El grupo trataba de subir la bandera en el poste, pero cuando escuchaban las balas, bajaban y corrían a esconderse”.

Los muchachos trataban de hacer una torre humana para alcanzar el tope de la torre, pero los que servían de base no soportaban el peso.

“Fui con otro muchacho que alzaba pesas conmigo en ese tiempo, y nos agarramos al poste y comenzaron a subirse los muchachos”, asegura García.

“Este muchacho (el que está arriba), tuvo uno de los gestos más heroicos de la gesta. La gente aplaudió cuando pusieron la bandera”, comenta. “Él la amarró con su correa, unas soguitas que llevó y cordones de zapatos de los compañeros”.

A Diógenes no lo tocó una sola bala, pero al regresar a su casa, su tía que lo crió –hecha un manojo de nervios- lo recibió con un palo de escoba en la cabeza.


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