Nacional - 19/9/13 - 04:07 PM
Silencio, agua y confort en el metrobús
A la altura de Plaza Tocumen, alguien rompe el silencio gritando: "Puerta, puerta... Puerta, por favor". Se escucha el traqueteo de la puerta al abrirse y la doña que dio el grito sale apresurada y como cinco más detrás de ella.
Point Red
Web
Lenta va la peregrinación del tranque desde temprano. Hoy el metrobús está lleno. Cada pasajero se acomoda lo mejor que puede. Unos hacen mil maromas para poder salir.
A pesar de todas las incomodidades, no se escucha sonido alguno, todo el mundo va en silencio, con la mirada hipnótica clavada en alguna parte. Unos en el celular, otros en las afueras de la ventana, algunos mirándose unos a otros.
Me parece extraño e irregular. Pero como voy cómoda en el puesto más confortable, no me incomoda la quietud de los demás ni el frío extremo del aire acondicionado.
A la altura de Plaza Tocumen, alguien rompe el silencio gritando: "Puerta, puerta... Puerta, por favor". Se escucha el traqueteo de la puerta al abrirse y la doña que dio el grito sale apresurada y como cinco más detrás de ella.
El silencio sigue presente y el metrobús avanza rápidamente al cruzar Pedregal. El silencio calla y le da protagonismo a voces que gritan a la vez: ¡Para, para! El bus se detiene en San Antonio. Se bajan dos y se suben 3. Una doñita sentada a mi lado se ríe y comenta para sí. ¡Ay qué vaina con esta morisqueta de metrobús!
El silencio vuelve a tomar el mando y llegamos a Cerro Viento y después a Brisas del Golf, donde una buena cantidad de pasajeros se bajan. Por fin se despeja el pasillo del bus. Alguien me dice “¡hola!”, con una sonrisa de Walt Disney. Es una vecina. Le contesto: ¡Hola! ¿Cómo estás?
¿Tu mami y tu bello hijo? Ella, alegre, me responde: Todos bien. Mi mamá en casa y el hombrecito en la escuela. Está tremendo.
Llegamos a Villa Lucre y mi amiga se baja. Pienso “qué rápido se hizo el tramo. No dio oportunidad a una buena conversación”. Dos hombres suben y continúan rompiendo el silencio, tal como lo hicimos mi vecina y yo. Conversan en voz alta, pero el aire acondicionado comienza a hacer ruido y no se entiende el parloteo que tienen.
Comienzo a preocuparme y a mirar el techo del metrobús. Estoy en el puesto pegado a la ventana en el área de la bañera izquierda, y las primeras gotas comienzan a caer sobre mi vieja cartera que tiene de todo, menos plata para comprarme aunque sea una patineta.
No tengo abrigo, mucho menos paraguas. Ruego que no se abra la regadera todavía para no tener que viajar de pie. El metrobús se detiene en el Puente Rojo de la Colina y por suerte, mi compañera de viaje se baja. Pensé cambiar al puesto de al lado, pero visualizo que detrás de la bañera derecha está vacío.
Para el metrobús en el San Miguel Arcángel y se baja otro montón de gente. El bus casi está vacío. En el transporte solo un pasajero viaja de pie, y es porque quiere. Los rígidos puestos del sauna están vacíos. Pienso que no quiere aguantar calor.
Después de la Usma, la calle está despejada y el tráfico es fluido. El metrobús avanza normal, el chofer se ve tranquilo. Comienza la bañera izquierda a funcionar. La caída del agua es interrumpida con los movimientos del bus. Y el puesto vacío comienza a mojarse.
Visualizo mi parada en El Dorado, toco el timbre para anunciar mi parada. Me bajo. Veo el metrobús alejarse con sus puestos mojados y sin ninguna historia en particular el día de hoy.
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Lenta va la peregrinación del tranque desde temprano. Hoy el metrobús está lleno. Cada pasajero se acomoda lo mejor que puede. Unos hacen mil maromas para poder salir.
A pesar de todas las incomodidades, no se escucha sonido alguno, todo el mundo va en silencio, con la mirada hipnótica clavada en alguna parte. Unos en el celular, otros en las afueras de la ventana, algunos mirándose unos a otros.
Me parece extraño e irregular. Pero como voy cómoda en el puesto más confortable, no me incomoda la quietud de los demás ni el frío extremo del aire acondicionado.
A la altura de Plaza Tocumen, alguien rompe el silencio gritando: "Puerta, puerta... Puerta, por favor". Se escucha el traqueteo de la puerta al abrirse y la doña que dio el grito sale apresurada y como cinco más detrás de ella.
El silencio sigue presente y el metrobús avanza rápidamente al cruzar Pedregal. El silencio calla y le da protagonismo a voces que gritan a la vez: ¡Para, para! El bus se detiene en San Antonio. Se bajan dos y se suben 3. Una doñita sentada a mi lado se ríe y comenta para sí. ¡Ay qué vaina con esta morisqueta de metrobús!
El silencio vuelve a tomar el mando y llegamos a Cerro Viento y después a Brisas del Golf, donde una buena cantidad de pasajeros se bajan. Por fin se despeja el pasillo del bus. Alguien me dice “¡hola!”, con una sonrisa de Walt Disney. Es una vecina. Le contesto: ¡Hola! ¿Cómo estás?
¿Tu mami y tu bello hijo? Ella, alegre, me responde: Todos bien. Mi mamá en casa y el hombrecito en la escuela. Está tremendo.
Llegamos a Villa Lucre y mi amiga se baja. Pienso “qué rápido se hizo el tramo. No dio oportunidad a una buena conversación”. Dos hombres suben y continúan rompiendo el silencio, tal como lo hicimos mi vecina y yo. Conversan en voz alta, pero el aire acondicionado comienza a hacer ruido y no se entiende el parloteo que tienen.
Comienzo a preocuparme y a mirar el techo del metrobús. Estoy en el puesto pegado a la ventana en el área de la bañera izquierda, y las primeras gotas comienzan a caer sobre mi vieja cartera que tiene de todo, menos plata para comprarme aunque sea una patineta.
No tengo abrigo, mucho menos paraguas. Ruego que no se abra la regadera todavía para no tener que viajar de pie. El metrobús se detiene en el Puente Rojo de la Colina y por suerte, mi compañera de viaje se baja. Pensé cambiar al puesto de al lado, pero visualizo que detrás de la bañera derecha está vacío.
Para el metrobús en el San Miguel Arcángel y se baja otro montón de gente. El bus casi está vacío. En el transporte solo un pasajero viaja de pie, y es porque quiere. Los rígidos puestos del sauna están vacíos. Pienso que no quiere aguantar calor.
Después de la Usma, la calle está despejada y el tráfico es fluido. El metrobús avanza normal, el chofer se ve tranquilo. Comienza la bañera izquierda a funcionar. La caída del agua es interrumpida con los movimientos del bus. Y el puesto vacío comienza a mojarse.
Visualizo mi parada en El Dorado, toco el timbre para anunciar mi parada. Me bajo. Veo el metrobús alejarse con sus puestos mojados y sin ninguna historia en particular el día de hoy.