Aparente crisis nerviosa

Reverendo Piero Bataglia, italiano de treinta y cuatro años, cargó despaciosamente su pistola Magnun con diez balas. Estaba aparentemente tranquilo. Su rostro no reflejaba ninguna emoción.

Hermano Pablo / Reverendo

Piero Bataglia, italiano de treinta y cuatro años, cargó despaciosamente su pistola Magnun con diez balas. Estaba aparentemente tranquilo. Su rostro no reflejaba ninguna emoción. Era un hombre que todos suponían feliz: casado, padre de Flora, una niña de dos años, y dueño de una carnicería y una tienda de manjares delicados en Vercelli, Italia.

Piero subió a su apartamento, del cual era dueño, y sin decir palabra comenzó a descargar su pistola. Mató a su esposa Teresita, a su suegra María Tricerri, y a la madre de ésta, Pierina Raberio, anciana de setenta y nueve años. Luego se disparó él mismo.

Sólo quedó viva, en la tragedia, la pequeña Flora, que durante veinte horas estuvo llorando solita en la cocina, abrazada a su perro y rodeada de cadáveres.

El lacónico parte de la policía sólo dio por razón de la matanza: «Aparente crisis nerviosa».

«Aparente crisis nerviosa» puede ser una buena razón para la policía que interviene en casos como éste. Quizá los jueces acepten igualmente esa razón. Y así mismo los periodistas y la opinión pública, que sigue la opinión de los periodistas. Pero un hombre con buena posición económica, joven, sano, fuerte, con una hijita de dos años, no mata a todos los miembros de su familia por una simple crisis nerviosa. Eso de crisis nerviosa es apenas la punta del iceberg.

La razón tiene que ser otra, ¡debe ser otra! Una razón que hay que buscar tal vez en toda una vida de reyertas familiares. Una vida de continuas discusiones, desavenencias y altercados. Un ambiente familiar que se envenena diariamente por la incomprensión, y que se agrava porque no hay comunicación verdadera entre marido y mujer.

Rara vez una tragedia como ésta ocurre por cuestiones del momento. Una simple discusión tonta puede desencadenar una tempestad desastrosa, eso sí, pero no es la discusión tonta en sí la causa de la tempestad. La causa es algo que se ha ido acumulando durante muchos años.

Evitemos hoy una tragedia para dentro de algunos meses o años. Busquemos. ¡Hagámoslo mientras nos queda tiempo para hacerlo, y veremos que podemos contar con la ayuda de Cristo, el Señor del amor y de la paz!



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