Enséñame tus obras
Aunque la oración es fundamental y necesaria. Dios es misericordioso y la salvación y todo lo bueno que tenemos viene de Él.
Aunque la oración es fundamental y necesaria. Dios es misericordioso y la salvación y todo lo bueno que tenemos viene de Él.
Nadie se salvará por sus propios méritos, pero “la fe sin obras es una fe muerta”. Jesús continuamente nos está pidiendo que sirvamos al prójimo como cuando lavó los pies a los discípulos y nos mandó que hiciéramos lo mismo.
O cuando describe el momento del juicio final y nos dice: “Ven conmigo porque tuve hambre y me diste de comer…”. La parábola del buen samaritano es tan elocuente en esto: alaba al “hereje según la ley judía” y condena al sacerdote y levita por no haberse detenido y atender al apaleado y medio muerto.
Él mismo es un ejemplo de servicio incansable. Cuando Juan el Bautista estaba preso, mandó a preguntarle si era él el Mesías y Jesús respondió: “díganle a Juan: los ciegos ven, los sordos oyen, los paralíticos caminan…”. SUS ACCIONES DETERMINAN SUS PRINCIPIOS.
De qué vale que pregone sus pensamientos altruistas si no van acompañados por actos que los avalen. La demagogia barata, las promesas que no se cumplen, al estar hablando mucho de uno mismo sin nada que en verdad prueben sus palabras, son posturas repudiadas por quienes esperan mucho de usted. Por otro lado, detrás del fracaso rotundo están los sueños de quienes no obraron intensamente por realizarlos.
El deseo suyo debe ir acompañado de obras concretas, acciones que faciliten lograr su objetivo. Y cuando las cosas no vayan bien y fracase, deje de estar echando la culpa a los demás, presentando excusas por docenas y acepte su responsabilidad y corrija sus acciones.
Nada grande se ha conseguido sin grandes esfuerzos y sacrificios. ENTRE TODOS CONSTRUIMOS EL EDIFICIO SOCIAL. Sea la Iglesia como cuerpo de Cristo y su Reino, o la sociedad como comunidad con todas sus estructuras, la acción concreta, los hechos pequeños o grandes, van levantando la “gran casa” espiritual y humana. La pasividad y el pecado de omisión hacen mucho daño. Y recuerde que con Dios es invencible. Mons. Rómulo Emiliani