Esos ‘bichos’ también importan

Por: Marina Ortiz Mingot Periodista -

El 66% del total de especies vivas son artrópodos: crustáceos, insectos, arácnidos, miriápodos y otros grupos menores, pertenecen a este grupo, una de las especies del reino animal más numerosa del planeta. Sus características fisiológicas les hacen ser los mejores adaptados a cualquier ecosistema, de los mares de petróleo hasta altitudes heladas, y perdurar desde hace unos 570 millones de años hasta hoy.

Existen artrópodos perjudiciales, como los que transmiten enfermedades o los que forman plagas, y beneficiosos. Hay diferentes campos en los que esta especie nos ayuda; en la alimentación encontramos crustáceos y algunos insectos según el país que los consume. También sirven en medicina, la miel que producen las abejas se considera un tratamiento para heridas y algunas dolencias, así como la sangre del cangrejo herradura que a veces se usa para probar la seguridad de los antibióticos. Otro de los beneficios de los artrópodos es el control de plagas, aunque también sean causantes de ellas, se ocupan de mantener un equilibrio, como las arañas, que cazan otros insectos. La polinización es un bien más que nos aportan, este proceso es trascendental para la reproducción del reino vegetal del cual también obtenemos numerosos beneficios.

Los artrópodos son importantes en nuestra vida ya que sin ellos, como sin cualquier otro ser vivo, el ciclo vital se rompería y sería difícil mantener nuestra existencia. A pesar de ello, la sociedad está poco concienciada de dicha importancia. En muchas culturas la reacción a estos seres es de rechazo y asco, lo más común es que en cuanto se encuentra un bicho en cualquier parte, cause miedo o se quiera matar, incluso hay fobias relacionadas con ellos. No es un hecho que porque los humanos matemos a una mosca, los artrópodos vayan a extinguirse, pero también son animales y merecen que se les dé la importancia que realmente tienen y el respeto a su existencia.

Tomando las palabras del entomólogo W. J. Holland, “… cuando haga mucho tiempo que las ciudades hayan muerto y se hayan convertido en polvo, todavía, sobre un fragmento de liquen que crezca en las rocas desnudas próximas a las nieves eternas de Panamá, se hallará un diminuto insecto, moviendo sus antenas en la débil luz del gastado sol, un melancólico animálculo que representará el único resto de vida en la Tierra”.

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