Impotencia

La violencia duele y no solo por los golpes, sino por las heridas que laceran lo más profundo del ser humano. Cada lágrima que rueda por

Josefa Marín Rubio / Periodista

La violencia duele y no solo por los golpes, sino por las heridas que laceran lo más profundo del ser humano.

Cada lágrima que rueda por el rostro de una persona que llora por el dolor que origina la violencia es un dardo candente en el seno de una familia que ha sido destruida por este incesante dolor.

Cuánta impotencia y soledad siente un hijo al ver morir la vida familiar en los brazos de la violencia. El mismo dolor de una esposa que muere a manos del descontrol, de la ira provocada por el celo lleno de rabia de un alma enferma, contagiada por esta plaga social.

La triste imagen al contemplar a una madre que ha perdido a sus hijos en medio del escenario virulento que deja la violencia como símbolo de poder de las pandillas, el narcotráfico y la intolerancia. La cultura del ataque como respuesta en un tranque, entre vecinos, en el seno familiar, en la oficina o la escuela y hasta en los juegos sin importar edad es como la estela que deja un barco en el mar, huellas de pasos que no se pueden volver a desandar. Para colmo, agregan muchos: entre las autoridades y en los medios también.

Golpes, gritos, insultos son más que eso, son el hastío de un problema que no encuentra solución a la enfermedad. Emociones fuera de todo sentido, relaciones disfuncionales las llaman los psicólogos y otros especialistas en la conducta individual y colectiva. Los crímenes “del amor mal entendido” laceran la vida diaria de una sociedad desvalorizada. Ni qué decir de la ambición desmedida por las “cosas bellas” que terminan siendo adornos en los vertederos y tinacos de la gente.

¡Qué lástima! La violencia no construye ni enaltece la sana convivencia, solo trae la ruina moral de padres, hijos, esposos y comunidad. Pidamos a Dios la guía para ver la luz al final de tan oscuro túnel…



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