Opinión - 27/7/13 - 11:46 PM

La misericordia infinita de Dios

Todo el plan divino de salvación tiene como esencia la misericordia del Señor que aparece siempre como la gran buena nueva llena de esperanza ante la desgarradora

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Todo el plan divino de salvación tiene como esencia la misericordia del Señor que aparece siempre como la gran buena nueva llena de esperanza ante la desgarradora debilidad, el error y el pecado del ser humano, ofreciendo el amor incondicional de Dios donde habría un final desgraciado sin el perdón divino. Donde abundó el pecado, sobreabundó infinitamente la gracia. De hecho, todos los pecados de la humanidad juntos son nada ante infinita misericordia de un Dios que jamás será vencido por el mal. “Pues más grande que los cielos es tu misericordia y llega hasta las nubes tu fidelidad” (Salmo 107,35).

Desde el Evangelio vemos que la misericordia de Dios es eterna, por lo tanto sin límite de tiempo; inmensa, sin límite de lugar y espacio y también universal, sin límite de razas, naciones ni credos. El beato Juan Pablo II dijo: “La misericordia de Dios en sí misma, en cuanto perfección de Dios infinito, es también infinita. Son infinitas la prontitud y la fuerza del perdón que brotan continuamente del valor admirable del sacrificio de su Hijo. No hay pecado humano que prevalezca por encima de esta fuerza y ni siquiera la limite”.

Es infinita su misericordia y Jesucristo es la manifestación visible del amor de Dios, ya que vino a perdonar, reconciliar y salvar. “Se da prisa en buscar la centésima oveja que se había perdido… Maravillosa condescendencia de Dios que así busca al hombre; dignidad grande la del hombre, así buscado por Dios (San Bernardo). Muchas veces nuestros pecados nos impiden acercarnos a Él, pero Dios siempre sale en búsqueda nuestra. De hecho, “la suprema misericordia no nos abandona ni aun cuando la abandonamos” (San Gregorio Magno).

Él está siempre pendiente de nosotros, llamándonos por el Espíritu a la reflexión sobre nuestros pecados y al arrepentimiento. Busca encontrarse con nosotros de mil maneras: a través de los acontecimientos buenos y malos, de amigos, de mensajes, de inspiraciones divinas, sea en el marco del silencio o inclusive en el bullicio de las actividades. El corazón de Dios misericordioso está abierto de par en par para recibirnos. Él nos llama, desea abrazarnos como Padre que recibe al hijo pródigo y espera pacientemente nuestra conversión.


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