M anuel E. Amador en la plástica panameña
Continuamos con la antepenúltima parte del ensayo titulado Manuel E. Amador, un espíritu sin frontera. Por el Dr. Rodrigo Miró. Isaías García, a su vez, nos
Continuamos con la antepenúltima parte del ensayo titulado Manuel E. Amador, un espíritu sin frontera. Por el Dr. Rodrigo Miró.
Isaías García, a su vez, nos dice: “Apartándose de la construcción vigorosa de aquel cubismo que perseguía las formas sólidas y precisas, Amador prefiere el lenguaje del color al de las líneas, procediendo por toques y manchas en las fronteras que se desvanecen, dando lugar a una especie de nuevo género impresionista.” Y concluye: “El espíritu y la visión del maestro Amador eran modernos, tan modernos que no pudieron vencer ni seducir a un público no preparado aún para la revolución del gusto que en nuestro país representaba su pintura. Ello explica la indiferencia y el olvido que rodearon la vida del artista.”
Por razones ahora fáciles de entender, la obra de Amador no ha recibido el estudio que merece. Los juicios que ha suscitado subrayan algunas de sus características. Pero aportan a ratos, con afirmaciones erróneas o antojadizas, elementos de confusión. Se ha denunciado, sin fundamento bastante, un ambiente reacio al reconocimiento del arte nuevo en Panamá, en particular a la pintura de D. Manuel. Y no se trata precisamente de eso. Amador nunca exhibió su obra en condiciones suficientes. Fue ignorada del gran público, sigue siéndolo porque apenas se mostró. No ha sido olvidada porque no tuvo oportunidad de ser conocida.
Ni hemos disfrutado en Panamá, hablando en general, de una expresión pictórica difundida y reconocida como válida. La indiferencia y el desconocimiento afectan a todos nuestros artistas, incluido Roberto Lewis, por cuatro décadas proclamado superficial e irresponsablemente maestro insigne, y tachado después, a la sordina y también de modo irresponsable, de convencional y anacrónico. Simplemente nos han faltado críticos e historiadores de arte, y hemos descuidado la tarea de reunir y codificar, en monografías ilustradas, las obras de nuestros artistas más destacados, permitiendo al interesado conocerla y el logro de una conciencia de continuidad indispensable a la formulación de un cuadro jerárquico. Y nos falta el museo que reúna y acumule lo más representativo de nuestra expresión plástica.
Volviendo a la obra de D. Manuel, no hay duda de que evidencia valores propios. A través de los años hubo quienes intuyeron en diversas formas su importancia. Y se habló de influjos y actitudes que una reflexiva contemplación de su pintura deseche. Los influjos sugeridos no son tales: aluden en rigor a cierto aire de familia, impronta de la época. Tampoco parece lícito negarle academia. Su cosecha de dibujante invalida el aserto. Y el hecho de que sus cuadros últimos nacieran directamente del pincel, se debió a urgencias de la edad y la salud antes que a un deliberado menosprecio del boceto. D. Manuel los pintó casi ciego, acuciado por la certeza de un final a corto plazo. Decir, además, que no tuvo propósito plástico definido resulta extraño. Su obra revela extraordinaria trabazón, en cada uno de sus periodos y relacionándolos entre sí. Y es de una expresividad intencionada. Acto libre de amor, implica una profesión de fe humanista. Y desde el mirador formal y cromático proclama un temperamento despreocupado del realismo nacionalista y entregado a las potencias de la voluntad adivinatoria. Por su índole temperamental, por ubicación cronológica, de modo espontáneo, Amador pertenece al expresionismo.
CONTINÚA EL PRÓXIMO DOMINGO.