Nada más que basura
«Basura» parecía ser la nota tónica, la palabra clave de su vida. Había nacido en un barrio pobre, en una familia pobre. Era uno de ocho hijos
«Basura» parecía ser la nota tónica, la palabra clave de su vida. Había nacido en un barrio pobre, en una familia pobre. Era uno de ocho hijos de la familia. El vertedero de basura del pueblo estaba cerca. Basura era lo que comía y basura, lo que vestía.
Acosado por la necesidad, Jaime Macías, joven hispano de dieciséis años de edad, cruzó la frontera norte y entró a los Estados Unidos. Iba en busca de trabajo.
Un hombre, que era homosexual, le ofreció casa y comida a cambio de relaciones sexuales. Con eso hubiera habido todavía más basura en la vida de Jaime, pero él rechazó la oferta y caminó días enteros por las calles de San Antonio, Texas, buscando restos de comida en la basura.
Cansado, molido, triste y vencido, se acostó a dormir en un contenedor de basura. Estando él dormido, llegó un camión, levantó el contenedor y vació los desperdicios dentro de su enorme vientre que estaba casi lleno de basura.
Antes de que Jaime pudiera dar aviso de su presencia en el camión, este lo trituró, rompiéndole varias costillas. Jaime salvó la vida, pero allí en la cama de un hospital de San Antonio no pudo menos que preguntarse: «¿Seré yo basura nada más?».
Jaime no será la única persona que se ha hecho esa pregunta. Pero es más lamentable aún que para muchos —personas materialmente privilegiadas, pudientes, exitosas, que viven halagadas y envanecidas por su éxito material— Jaime no es más que basura.
Para algunos políticos que, sin conciencia, solo piensan en votos, Jaime, que no vota, es basura. Para personas sin corazón, que desprecian a los pobres, a los menesterosos, a los marginados y a los mendigos, Jaime es basura. Para ciertos líderes religiosos que se mueven entre cortinados de terciopelo, candelabros y muebles de caoba, Jaime es basura.
Dios no creó basura. Al contrario, creó al hombre a su propia imagen y semejanza. Todos somos creación de Dios y, por lo tanto, ninguno de nosotros es basura.
Dios nos ama. Recibamos a Cristo como nuestro Salvador. Él desea ser nuestro amigo.