¡Qué importa y qué no!

Ante cada desastre natural, los sucesivos funcionarios, ambientalistas, consejeros y afines hacen declaraciones escandalosas e inocuas. Siempre la misma cantaleta de principio a fin, buscando culpables para al final presentarle a uno soluciones simplistas, efectistas (no efectivas) y miopes que dejan sin resolver la mayoría de los problemas y así se van hasta que vengan otros desastres por las mismas causas y comenzar otra vez con la carreta.

Venerables señores, lo que nos está pasando con el clima de extremos aguaceros será recurrente; por ello, necesitamos de una estrategia nacional sostenida a largo plazo, que cite a todos los sectores y estamentos del gobierno y al sector privado, con toda la solvencia técnica y liderazgo requeridos. Las lluvias prolongadas no son lo único del menú climático, vendrán sequías también prolongadas y mortales que entonces nos harán añorar una parte de los grandes aguaceros.

Por su fisiografía, Panamá es menos vulnerable que los países vecinos al cambio climático. No obstante, nunca se ha tomado este problema en serio. La poca credibilidad, la imprevisión e inacción no permiten que afloren propuestas como la de construir diques secos cerca de los embalses, para guardar el agua de los diluvios hasta donde se pueda, minimizar las inundaciones y soportar las sequías.

Dos días después de los aguaceros que ahogaron personas y miles de animales, paradójicamente la capital no cuenta con agua potable. Todavía no se han secado los gallotes del Cerro Ancón y aquí, ¡la gente no tiene agua! Las ausencias en los centros de trabajo van en aumento en estos días por la falta de baño.

Los encargados de la energía eléctrica y de dotar con agua potable a los ciudadanos, son lo más cercano a la gata de Doña Flora: ¡Si llueve gritan y si no llueve lloran! En verdad, nos falta esa deidad moderna que nos haga decidir qué importa y qué no.

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