Rescate del Olvido N.° 330 Manuel E. Amador en la plástica panameña
En pocas palabras /del diario La Prensa/jueves 4 de noviembre de 1982, Guillermo Sánchez Borbón, relata – Don Manuel “Conocí mucho a
En pocas palabras /del diario La Prensa/jueves 4 de noviembre de 1982, Guillermo Sánchez Borbón, relata – Don Manuel
“Conocí mucho a don Manuel E. Amador en los últimos años de su vida. Maestro y amigo de mi hermana Olga, hizo extensiva su amistad a José María y a mí. Con ellos, y con Ricardo Conte Porras, solíamos visitarlo a menudo. O bien él iba a nuestra casa de calle 2.ª. A veces salíamos a recorrer juntos el Casco Viejo de la ciudad. De pronto se detenía y señalándonos un trazo de acera, exclamaba triunfalmente: “¡Nueva York!”, y era tal su poder de sugestión, que nosotros también veíamos nítidamente, en las grietas, irregularidades y manchas del pavimento, “la bastionada urbe de gigantes”, para emplear una metáfora de Thomas Mann, o los líquenes de una pared ascendían a Mato Grosso o a selva darienita. O bien sus ojos transfiguraban para los nuestros un pedazo de papel tirado en un charco de agua en Hamburgo.
Había una gran inocencia en aquellos juegos, en aquella espontaneidad infantil que iluminaba de belleza insospechada la ciudad. En sus “Cartas a un joven poeta”, Reiner María Rilke aconseja a su corresponsal que no vaya a París. “Si usted (cito de memoria) no es capaz de hallar poesía en el ambiente que lo rodea y en su vida cotidiana, por feos que parezcan, tampoco la encontrará en París ni en ninguna otra parte, por la sencilla razón de que usted no es poeta”. Don Manuel era una confirmación viviente de la verdad contenida en la sentencia de quien entonces era mi poeta preferido. Sus ojos, físicamente debilitados, veían mejor que los del joven más sano. Nos enseñó a todos a mantener siempre los ojos bien abiertos a las maravillas que acechan en los lugares más humildes y archiconocidos. Vivía como deslumbrado por la riqueza plástica del mundo. Y era esta capacidad ilimitada de entusiasmo y de asombro lo que mantenía siempre joven y fresco su espíritu. Por eso, tal vez, nunca sentimos el abismo de edad que nos separaba. Todos andábamos como mareados por la revelación permanente de personas y cosas.
El pintor
Para muchos, don Manuel es únicamente el creador de la bandera nacional. Conviene recordar que era, además, un gran pintor, y uno de los mejores que ha dado Panamá. Carezco de competencia para juzgar su obra plástica. Por eso voy a cederle la palabra a Rodrigo Miró, autor de un excelente ensayo, “Manuel Amador, un espíritu sin fronteras, del que también he sacado los dibujos que ilustran hoy la columna. Leamos el docto juicio de Rodrigo Miró:
“Su obra revela extraordinaria trabazón en cada uno de sus periodos, y relacionándolos entre sí. Y es de una expresividad intencionada. Acto libre de amor, implica una profesión de fe humanista. Y desde el mirador formal y cromático proclama un temperamento despreocupado del realismo racionalista y entregado a las potencias de la voluntad adivinatoria. Por su índole temperamental, por ubicación cronológica, de modo espontáneo, Amador pertenece al expresionismo”. Sostiene Miró que su originalidad “está en su libertad e independencia como artista, en su desbordante lirismo comunicativo, expresión de su generosidad congénita, de su vocación universalista, postura emocional que corresponde cumplidamente al destino ecuménico de los panameños, fundamentado en una tradición de cosmopolitismo y tolerancia varias veces secular”.
Los recuerdos de Miró coinciden con los que atesoramos quienes tuvimos el privilegio de conocerlo personalmente y de frecuentarlo: “Sin embargo, quienes tratamos a don Manuel en la intimidad de su estudio o deambularon con él por nuestras calles en coloquio siempre fértil, cálido y cortés saben que digo solo la verdad”. Y añade Miró: “Porque fue don Manuel un gran humorista. Por humor convino en ser personaje de trasfondo quien estaba ligado ya a la esencia misma de la nacionalidad y había sido el primer secretario de Hacienda de la República. Por humor y recato convirtió su ejercicio de pintor en exclusivo goce personal, compartido a veces con amigos que llegaron hasta él por espontáneo mandato del corazón o común sensibilidad”.