Contra la tiranía del tiempo

Somos esclavos de los horarios, del ruido, del consumo, de la hipoteca y de lo que se espera de nosotros. Entonces, ¿tenemos consciencia de nuestra propia vida? ¿Estamos satisfechos con ella? La velocidad define nuestros pasos y, aunque trabajar menos y producir más fuera una de las promesas de la revolución tecnológica, hay estadísticas que demuestran que trabajamos 200 horas más al año que en 1970.

"Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida", opina Carl Honoré, autor de Elogio de la lentitud (RBA), donde hace una radiografía de los males de nuestra sociedad y ofrece el remedio para sanarlos: la filosofía Slow.

"Vivimos en una sociedad en que nos enorgullecemos de llenar nuestras agendas hasta límites explosivos", asegura Honoré: "Al principio era solo el terreno laboral, pero ahora ha contaminado todas las esferas de nuestras vidas, como si fuera un virus: nuestra forma de comer, de educar a los hijos, las relaciones, el sexo… Hasta aceleramos el ocio".

La necesidad de ser cada vez más productivos, la obsesión por la competitividad, la rapidez de las nuevas comunicaciones, la globalización… también le pasa factura a la salud.

Pero el estrés no se reduce con la televisión, a la que cada vez más especialistas relacionan con el déficit de atención. Según Carl Honoré, "la tele se ha vuelto el agujero negro del tiempo en la vida moderna, chupa todo el tiempo de ocio y nos deja cansados, hiperestimulados y pobres de tiempo".

"En nuestra cultura ser lento es sinónimo de ser torpe, tonto o inútil. Se impone la rapidez y la impaciencia, todo tiene que estar disponible al momento", declara José Luis Trechera, autor de "La sabiduría de la tortuga".

"Los occidentales tienen el reloj; nosotros tenemos el tiempo", reza un proverbio árabe. "Dolce far niente", dicen los italianos. Se refieren al placer de hacer nada, que no es matar el tiempo, sino vivirlo.