Luis Aguilar Ponce 1943 – 2015

Por: José Morales Vásquez Investigador de arte -

Nació en la ciudad de Panamá el 6 de noviembre de 1943 de la unión de Guillermo Aguilar, barbero nicaragüense que llegó a la Zona del Canal en los años de la Segunda Guerra Mundial para laborar en las bases militares norteamericanas, y de la señora Yolanda Ponce, oriunda del distrito de San Carlos, en el interior de la república de Panamá.

Aguilar Ponce creció en los alrededores de la Avenida Ancón de la ciudad de Panamá. Estudió en el Instituto Nacional y en el último año del bachillerato, con dieciocho años, ingresó al curso de verano que se ofrecía en la Escuela de Artes Plásticas.

Allí tomó clases de pintura con el maestro Manuel Medina. Se matriculó en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Panamá, donde terminó el primer año.

En 1962 continuó sus estudios de pintura en la Escuela Nacional de Artes Plásticas con Juan Manuel Cedeño, Alfredo Sinclair, Adriano Herrerabarría y Carlos Arboleda. Él y sus compañeros, artistas panameños de una generación de finales de la década de los 60, fueron, entre otros, Emilio Torres, Earl Livingston, Justiniani, Carlos Palomino y Raúl Ceville. Tomado de: http://www.encaribe.org/es/article/luis-aguilar-ponce/2060.

En el diario "La Estrella de Panamá" / sábado 13 de noviembre de 1982, Carlos Manuel Gasteazoro publicó el artículo titulado:

AGUILAR PONCE, UN JOVEN QUE SABE DÓNDE VA Y CONOCE LO QUE QUIERE.

Alguien dijo una vez que la plástica de Luis Aguilar Ponce no requería presentación; resultaba fácil contemplar la belleza del cuerpo humano envuelto en una serie de matices de color, que le daban una extraña sutileza a cada una de sus telas o de sus dibujos. Un trazo seguro, la composición armoniosa, ya fuera de unas piernas, de un torso o de la unión de los cuerpos que presentía el mensaje místico de san Juan de la Cruz cuando nos hablaba de "La amada en el amado transformada".

Los homenajes de hoy exigen una explicación. El artista mantiene aún la noble devoción por la figura del hombre y la mujer e igual que ayer las sabe revestir con los mismos colores tenues que convierten lo humano en etéreo, lo concreto en indefinible y lo real en un descifrable y definible mundo vaporoso en que con nuestra sensibilidad tenemos que descubrir lo que se insinúa.

Pero esta vez, Aguilar Ponce abandona el sendero iluminado de Chez Swan para adentrarse en un laberinto eurítmico que ha de conducirlo a una "Vita-Nova" del arte y sus quehaceres, porque el equilibrio, ayer una constante de su producción pictórica, adquiere caracteres de violencia al introducir sorpresivas manchas de color en un espacio antes reservado a una línea ligera o unas sombras voluptuosas. Una mayor fuerza invade su "plástica actual", que para algunos resultará misterio indescifrable y para otros —ojalá sean los más—, una afanosa búsqueda de perfección dentro de su universo creativo. "El homenaje a la espera" se emparenta así con los sentimientos afines o disímiles como son "los del rechazo" o "los del encuentro", y es que toda la rica gama de percepciones amatorias son objeto del tributo del artista que no se conforma con recrear y prefiere ahondar en la "vividura", haciendo nuestro el neologismo de Américo Castro.

Luis Aguilar Ponce sabe a dónde va y conoce lo que quiere, de allí la importancia de la muestra que a finales del 82 nos proporciona y la cual indudablemente marcará un hito en su trayectoria artística. Hasta ayer, se le podrá considerar como un joven talentoso y como una promesa dentro de la reciente generación de pintores panameños.

A partir de ahora, la promesa se ha cumplido y el artista se apresta a llegar con su propio lenguaje, que es el del pincel y el color, a las profundidades del humano vivir. En este viaje sin escala viene a ser las veces de un cosmógrafo mayor de Indias que recuerda aquellos navegantes de hace una vergüenza de años, que se aventuraron por mares ignotos para alcanzar ínsulas de fábulas y tierras de maravillas, que regresaron a sus países con la experiencia de un encuentro y la esperanza de un mundo mejor.

Continúa



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