Cuando el pasierazo Pangacho se mudó al cuarto 25 del piso alto de la vieja casa de inquilinato hubo protestas por parte de los vecinos. El man llevó un perrazo de fiero aspecto que se la pasaba ladrando todo el día y de noche emitía lúgubres alaridos parecidos al llanto de los deudos de un difunto.

Pangacho, antes de ir al trabajo, ataba el perro a la rejilla del chantin y como es de suponer, el animal deseaba un poco de libertad. Quería bajar al patio limoso y revolcarse entre las inmundicias y echar un paseo por los alrededores para ver si encontraba su pareja en una perrita que solo podía ver de lejos y de la que estaba enamorado.

Este perro tenía por nombre León y la verdad es que tenía todas las trazas de estar enrazado con el Rey de la Selva. Tenía una melena y su cuerpo era delgado mientras que el hocico era enorme, lo mismo que sus dientes, especialmente los caninos.

Por más que trataban las vecin as vidajenas, Régula, Saco

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