El Vidajena

Por: Redacción -

La doñita Dulcina sufría como una mártir. Tenía un hijo sin padre en el cual cifraba sus esperanzas para salir del patio limoso y poder vivir en un chantin fuera del bullicio y la insalubridad del barrio pobre. Pero, tuvo la mala suerte de que su rapaz, era el incorregible laopecillo conocido por los bajos fondos como Cabecita, por lo pequeña de su testa.

El pelao, no tan pelao, era el fruto de unas relaciones fugaces que Dulcina tuvo durante unos carnavales. Conoció a un man que le juró amor eterno, y ¡qué va, buay! El hombre vio que la guial, entonces sí era una chichi, ahora es una gorda, deforme, fea, y no es para menos después de tantos sufrimientos, cuando el fulano vio la barriga que él había fabricado, fue por fuera y nunca le dio ni una lata de leche a su heredero.

Ahora Dulcina debía viajar, con frecuencia a La Joyita a llevar la vasija de helados conteniendo el pebre del rapaz. A la doñita le gustaba que Cabecita refinara con el mondongo que ella siempre ha preparado muy sabroso. Era lo único que Dulcina podía llevarle a su mal hijo porque lo que ella conseguía por ahí no alcanzaba para preparar el mondongo acompañado con arroz blanco, kool aid y una flauta.

Cabecita comenzó metiéndole al pichi. Cuando la buena señora le hizo ver lo perjudicial que era la droga, el heredero le dijo que un pelao en la escuela le había dado a probar una calilla y como le gustó, tuvo que dedicarse a vender la porquería para poder sufragar los gastos tan apreciables que significaban el sostenimiento del maldito vicio.

Aparte del pichi, el buaycito, cuando se sentía volando por el planeta Venus, le daba por asaltar bellísimas mujercitas que caminaban piquetudamente por la Central de Calidonia. Con una velocidad asombrosa Cabecita les abría las enormes carteras que ahora usan las chichis y les sacaba el monedero, Cabecita es una ladroncito muy inteligente. El tenía un olfato tremendo para saber si la guiales llevaban bastante efectivo. Entonces las desvalijaba y si estas se daban cuenta, entonces el man sacaba su filo y las amenazaba.

En varias ocasiones la ronda policial pudo atraparlo y es que los agentes ahora sí que están bien entrenados y la ganaban en la carrera de los doscientos metros planos. Lo esposaban y se lo llevaban para donde el juez Cuenta Botones, el negrito de pelo planchado que ustedes ya conocen quien lo enviaba a pagar una bonita temporada en La Joyita, donde lo aguardaban Barrabás II, el Hombre del Petate III, Ricardón Jr., y demás individuos que han cobrado notoriedad en el mundo del hampa criollo.

Los vecinos del patio limoso le tenían lástima a doña Dulcina y es que ella era buena gente, con un carácter admirable, muy solidaria con los vecinos y aunque Dulcina a veces no tenía para poner la paila, se ofrecía para hacerle mandados a los vecinos que estaban encamados o en silla de ruedas. Poco le faltaba para implorar la caridad pública para comprar el mondongo que debía llevarle a su hijo maleantón.

A todo esto, había otra persona que sufría mucho cuando encerraban a Cabecita y esta era la bellísima fulita interiorana de nombre Karen, de quien se decía que era hija de un soldado gringo que vino a Panamá para la invasión y nos dejó ese regalo, porque su mamacita doña Canuta se hizo amigaza de los soldados invasores y pasaba largas horas en las tanquetas del ejército.

Karen se había enamorado de Cabecita y este le había prometido matrimonio cuando pegara un buen golpe, pero el maleante no lograba acertar en una gran operación. Intentó unirse a una banda, pero cuando estaban por apoderarse de un cuantioso botín les cayó la ley.

Mientras tanto, Dulcina cayó enferma de tanto sufrir. Ella sufría mucho porque Cabecita estaba preso y si moría no podría despedirse de él. Junto a ella estaba Karen que lloraba y también Régula y Saco e



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