El Vidajena

Por: Redacción -

En el patio limoso de la vieja casa de inquilinato, hogar de los violentos barrios de trifulca (que en una ocasión quisieron robarse), todos los vecinos conocen las debilidades, las mañas y las costumbres de los demás porque se vive en un hacinamiento y promiscuidad impropias del siglo XXI.

Los vecinos le tenían un respeto casi religioso a una damita muy sexi, muy bella y muy seriecita que agachaba el lomo en un almacén de Calidonia. Ella andaba por los 35 años, pero como era viuda y según ella no había vuelto a tener marido, conservaba su cuerpo de carne firme y apetecibles. Nos referimos a Azucena y así como esta flor, era tan pura como si fuese una señorita. Se levantaba temprano, se bañaba, desayunaba en su cuarto y se vestía con trajes largos pasados de moda, con cierre en el cuello y de milagro dejaba ver las pantorrillas, que sugerían unas piernazas bien delineadas y a pesar del vestido bien ceñido, no podía ocultar su busto que se conservaba firme y que atraía las miradas de los vecinos.

Azucena era oriunda de las tierras altas chiricanas. Decían que era hija de unos de esos alemanes que se establecieron en dichos lugares huyéndole al diabólico Hitler y su locura belicista. Por lo tanto, Azucena era una guial de cabellos rubios y ojos azules.

Uno de los solteros más codiciados del patio limoso, el negro Lotario, el de buen corazón, bebía los vientos por la fula, pero ella prestaba oídos sordos a las proposiciones del buaycito, que eran serias, porque por primera vez, Lotario pensaba seriamente en matrimoniarse y la elegida de su corazoncito era Azucena.

Pero ella le decía que no se hiciera ilusiones, que ella lo tenía en alta estima, que lo quería como amigo, pero nada de amor. Ella no pensaba en volverse a casar. Pero Lotario seguía insistiendo y cuando escuchaba a alguien que se expresaba mal de Azucena, le entraba a golpes. El negro estaba bien ñampeado por la rubia de origen alemán.

Régula y Saco

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