El Vidajena

Por: Redacción -

El pasierazo Prudencio, quien de prudente no tiene ni un pelo, siempre andaba peleando con su peor es nada porque la guial de nombre Zebedea, era una vaga de primera. Se la pasaba todo el día viendo novelas en casa de las vecinas y comentando la trama de los culebrones. En eso se la pasaba y olvidaba que su quitafrío llegaba como a las cuatro de la tarde después de agachar su lomo en los muelles de Balboa descargando contenedores bajo la mirada atenta de los capataces para que ningún estibador fuera a robarse ni un lápiz.

Zebedea es una guial que tira la mano como cualquier man y cuando Prudencio pedía su mondongada con pan de flauta, la mujercita decía que tenía que esperarse a que le echara leña al fogón que tiene frente al chantin, y es que la mayoría de los que viven en el patio limoso no pueden darse el lujo de tener estufas de gas.

Prudencio, entonces, furioso la emprendía a puño y patadas a su graciosa mujercita, porque hay que decirle: Zebedea puede tener feo el nombre, pero es poseedora de un cuerpo muy curvilíneo y una carita graciosa. Cuando el man le pegaba, la hembra no es como las otras que se aguantaban la paliza, ¡qué va, buay!, ella se cuadra y pelea con su maridito, porque tomó clases con la Toto en San Miguelito, porque no era verdad que se iba a dejar apambichar así por así.

Aquella unión no podía durar y la guial se aburrió de los barrios de trifulca y fue por fuera, pero no sola, sino con un buaycito que era dueño de su carretilla donde vendía empanadas y chicha a los obreros y también a las secretarias y es que estas curvilíneas bien ataviadas con sus trajes sastre, antes de la subida del costo de la vida, se daban el caché de ir a refinar a los restaurantes, pero ahora tienen que meterle a las empanadas y a la chicha, pero eso ya no se llama



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