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�Qué clase de hambre padece usted?

Rómulo Emiliani | Monseñor

En el mundo hay millones de seres humanos que padecen hambre física, hecho que ofende terriblemente a Dios y es una bofetada al rostro de un sistema económico injusto y a un ambiente generalizado de corrupción fundamentado en el egoísmo humano, pero hay otra hambre más intensa, dramática y universal que es el hambre de Dios, de trascendencia, de eternidad.

El reguero de sangre que hay en la historia de la humanidad ha estado provocado, en gran parte por los hambrientos de Dios, que al no encontrarlo, han buscado ciegamente en los dioses del mundo el más craso remplazo, ilusorio y frustrante de lo divino, quedando al final más vacíos que antes y dejando millones de muertos por guerras, homicidios, explotación de recursos y exclusiones.

El deseo indomable de poder, unido a la absurda idea de que poseyendo ciudades, tierras, otros imperios, se harían dioses, llevó a conquistadores de todas las épocas a sacrificar multitudes en aras de su egolatría. Cario Magno, Aníbal, Nerón, Calígula, Atila, Napoleón, Hitler, Stalin, y otros emperadores, dictadores y reyezuelos como Idi Amín y Duvalier, que han abundado en la historia, han sembrado de muerte su paso por la historia. Buscaban a Dios y lo confundieron con el poder, con el tener grandes posesiones y su gran aspiración quedó al final convertida en polvo.

No satisface el tener cosas porque no pueden hablarnos, querernos ni amarnos. No llena todo el poder que podamos adquirir, porque mientras no nos sintamos amados por el que es el Infinito Amor, todo lo que aparenta darnos felicidad se gasta, envejece, se pierde, se muere. Todo lo que buscamos afanosamente confundiéndolo con Dios, nos deja al final vacíos.

Y como nada llena el corazón del ser humano, sólo Dios, la gran tragedia nuestra consiste en andar buscando mil maneras de saciar nuestra hambre de divinidad, dando tumbos durante toda nuestra vida, buscando allí y allá lo que jamás podrá llenarnos. Por eso las idolatrías y los crímenes subsiguientes, las grandes torpezas que cometemos, dejan tantas víctimas inocentes en el camino. Lo ideal sería tomar conciencia de la Presencia de Dios, llegar a tener un contacto permanente con ese Ser que lo trasciende todo y que está en todo, llamarlo Padre gracias a la revelación de Cristo y amarlo con todo el corazón. Eso nos haría invencibles a las idolatrías.



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