Las palabras del maestro espiritual de cientos de millones de seres humanos en todos los confínes del planeta, Jesús de Nazareth, dijo que cuando iniciáramos una obra deberíamos terminarla para que no quedáramos en evidencia o avergonzados, demostrando incapacidad e irresponsabilidad en la consecución de las mismas. Este sabio mensaje debe ser tomado en cuenta por las autoridades que manejan los temas de la familia, el menor, la delincuencia y la pérdida de los valores morales, cívicos, éticos y espirituales. En el código de la familia, por ejemplo, como en la Constitución Nacional se plasma fehacientemente el deber de los padres y madres de familia sobre la educación y formación de sus proles y descendencias. Desde este Prisma, la patria potestad, la guarda y crianza no solo deben utilizarse para apartar hijos de sus padres o de sus madres ni permitir a jueces autoridad para ubicarlos en hogares sustitutos sino para reconocer que todo hombre y mujer tiene el deber y la obligación de responsabilizarse por sus actos y sus hechos al concebir procrear y traer hijos al mundo.
En Panamá hemos fracasado como formadores de hombres y mujeres. La juventud y la sociedad actual es fiel copia de nuestros propios fracasos. Pero cada cual, país o gente, siempre tiene lo que se merece; lo que sembramos cosechamos. Es hora que los dirigentes, las autoridades, los que se quieren perfilar como posibles aspirantes al solio presidencial, los actuales malabaristas de nuestras leyes, la sociedad civil, la Iglesia católica y las que cobran por cuidar y pastorear a muchos siervos panameños, se sienten a conversar con sus conciencias, se pongan las manos en el corazón y se reconozcan que sí se van a aumentar las penas a los menores, sería justo que se le mancomunara también a los padres. Tal vez así los panameños pensarían más en traer hijos al mundo por el simple placer sexual, el Estado se libraría un poco de la carga de cuidar tanta irresponsabilidad y pondríamos a los padres a cumplir mejor su trabajo.
