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Por el sabor de la salsa

Por: Rómulo Emiliani | Monseñor

Preparó la fiesta amorosamente, como todos los años. Janice Wynn, de veintisiete años, casada y con dos hijos, se esmeró en el menú tradicional. Era el Día de Acción de Gracias, y quería halagar a su esposo, Mark.

Pero algo le salió mal en la cena. La salsa era demasiado dulce para la carne. Se enojó el esposo.

Comenzó la discusión, y subió de tono, y todo terminó a las doce de la noche en que Mark Wynn mató a su esposa dándole quince golpes con una pala.

�Qué peligro hay siempre en las discusiones entre esposos! Peligro porque uno nunca sabe, cuando empieza una discusión, las consecuencias que puede tener. La ira homicida se enciende pronto cuando es atizada por viejos resentimientos y rencores nunca solucionados.

Muchas veces la crónica policiaca, que da cuenta de un drama familiar, dice que el hecho ocurrió "por asuntos de poca importancia". Pero esos "asuntos de poca importancia" desencadenan la tormenta que se ha venido gestando desde mucho antes.

En la mayoría de los hogares se hace limpieza todos los días. Pero de vez en cuando, cada quince días o cada mes, hay que hacer una limpieza a fondo. Lo mismo debe hacerse en el matrimonio.

Las parejas debieran acostumbrarse a hacerse una limpieza diaria. Cada noche, al ir a la cama, pudiera haber un tiempo de conversación en que ambos, esposo y esposa, de buen modo y en calma, se presenten sus quejas mutuas.

Además, de vez en cuando debe haber una limpieza general, una conversación profunda, seria, formal, donde ambos, con el mejor espíritu, se digan todo lo que tienen que decirse. Si hay que pedir perdón, que se pida. Si hay que prodigar alabanzas, que se prodiguen. Y si hay que abrazarse y besarse, que se abracen y se besen. Eso limpia y purifica el matrimonio.

Pudiera añadirse algo más: Cuando invitamos a Cristo a ser el Señor de nuestro matrimonio, la limpieza llega a ser perfecta.



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