El relato de la mujer adúltera en el evangelio de Juan orienta la Palabras y la Eucaristía del quinta y último Domingo de Cuaresma.
El recuerdo del pasado personal y comunitario es válido si nos abre hacia el futuro.
El pecado de adulterio y la rebeldía del hijos pródigo eran los pecados más graves que se podían cometer.
Sólo la muerte los borraba. Los profetas tomaron el pecado de adulterio para referirse a la infidelidad de Israel a la alianza con Dios. La acusación de los escribas y fariseos sólo era un pretexto para condenar a Jesús. Querían comprometerlo para acusarlo.
A diferencia de sus enemigos, Jesús no juzga ni condena a la mujer pecadora, y les obliga a ser jueces de sí mismos.
E Jesús vuelve a aparecer la imagen del Padre Amor, que sólo sabe de perdón y de amor.
Como la parábola del hijo pródigo en San Lucas, el relato de la mujer adúltera en San Juan es una historia de amor. La mujer ve ante sí la miseria, las piedras y el pecado. Sin embargo, Jesús le habla de misericordia, de perdón y de gracia: Mujer, dónde están los que condenaban, "tampoco yo te condeno" Ve y en adelante no peques más". El hijo pródigo tiene al hermano mayor que no se alegre por su regreso: "Irritado, se negaba a entrar" al banquete. Los letrados y fariseos llevan la mujer adúltera ante Jesús.
Consideraban que el Maestro se distanciaba de la ley y de las tradiciones, al perdonar los pecados. Por eso Jesús les responde: "Quien de vosotros esté libre de pecado que tire la primera piedra". Porque hay otro adulterio más grave: la infidelidad de los dirigentes a Dios, denunciada por los profetas. No aceptan la debilidad de Jesús por los pecadores. Es el ejemplo de Jonás, que se resiste a ser profeta de un Dios "compasivo y clemente, paciente y misericordioso.