El éxito de las relaciones interpersonales obedece única y exclusivamente al Interés que los interlocutores tengan, para que las mismas se enmarquen dentro de los parámetros de la tolerancia y el respeto. En ese sentido es importante recalcar que todos los seres humanos tienen la necesidad de sentirse Importantes, y desde ese prisma, tenemos que hacérselos saber si queremos encontrar en ellos lo que buscamos.
Tenemos que pensar en los demás si queremos obtener algo de ellos. Es cuestión de relaciones humanas encaminadas a lograr resultados beneficiosos. Cuando nos acercamos con dos piedras en las manos, es lógico pensar que la otra parte se armará de tres.
Cuando encaramos a las personas diciendo les sus errores, ello va a crear en el receptor una acción de defensa y disgusto. De esa actitud no vamos a lograr lo que queremos. Habla un viejo epitafio que el ser humano debe actuar manso pero no menso; sostiene que debemos actuar con brazos de plomo y con guantes de seda.
Si queremos hacer que otras personas hagan lo que les pedimos o lo que queremos, tenemos que lograr que ellos se sientan importante, útiles, necesitados. Mucha gente no sabe reconocer las cosas buenas; el elogio es una de las mejores medicinas para el estimulo humano y para saciar esa necesidad de importancia de las personas. No es lo mismo que la adulación ni la hipocresía.
Esto está mal hecho, porque lo pusiste aquí, esto va allá, esta camisa está mal planchada, este arroz está crudo, la carne está safada, eres un fracasado, un cochino no te quieres bañar. En fin, somos tan juzgadores y reprochadores que solamente pensamos en nosotros y no en que las personas están ávidas de estímulos. Si querernos cambiar a la gente, tenemos que cambiar el trato hacia ellas, porque todo el mundo tratan como se les trata.
